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Divulgación Filósofica y Pensamiento Libre

Disvaloración capitalista de la labor reproductiva

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  • Por Ciudadano 014-Q
  • en Antropología · Filosofía política
  • — 2 Jul, 2025

En su obra de 2004 «Calibán y la bruja», Silvia Federici desde análisis marxista y feminista usa la distinción entre trabajo reproductivo y trabajo productivo como eficaz herramienta con la que denunciar el hecho de que el capitalismo se estableció no solo gracias a la opresión que impuso sobre la clase proletaria si no también sobre la mujer.

El trabajo productivo es aquel que produce un bien o un servicio que puede ser vendido en el mercado. El capitalismo se basa en la valoración no solo económica sino también simbólico-moral de este tipo de actividad. El obrero o industrial «productivo» es aquel que en cantidad o calidad son capaces de generar bienes o servicios para el mercado. Por contra, la labor reproductiva (1) es aquella que tiene como objetivo traer y cuidar a otros seres humanos a este mundo; esta labor se ha asociado tanto por razones biológicas como por prejuicios sociales a las mujeres, incluyen el embarazo, el parto, la lactancia pero también el cuidado de los menores y enfermos, la limpieza de los espacios comunes, la preparación de alimentos, etc. La labor reproductiva no tiene valor en el mercado capitalista, de hecho acaba tornándose en una subtarea que queda relegada a los márgenes del trabajo productivo, i.e., del trabajo con sentido económico para la ideología capitalista. No obstante, como bien denuncia Federici, tal labor reproductiva es esencial para el propio funcionamiento del capitalismo. Pero, esta subordinación de la mujer a la labor reproductiva como trabajo desvalorizado no ha tenido siempre la misma intensidad.

Ciertamente, en la sociedad agraria medieval las tareas reproductivas se entendían como necesarias para el mantenimiento de la familia o la aldea. La crianza de la prole era una actividad fuertemente feminizada pero no desvalorizada; además, la mujer tenía participación en las tareas productivas en épocas de recolección, cuidado de los huertos, atención al ganado doméstico, etc. Esto no quiere decir que existiera una igualdad entre hombres y mujeres, la sociedad era fuertemente patriarcal, pero, al menos, las labores femeninas no eran desvalorizadas conceptualmente frente a los trabajos productivos. Además, la crianza compartida, las tareas en común como el acarreo del agua o la atención de los espacios comunales permitía a las mujeres tejer un entramado social de conocimientos y apoyos compartidos. En la ciudad las mujeres tenían, incluso, una mayor libertad:

«… en la ciudad, la subordinación de las mujeres a la tutela masculina era menor, ya que ahora podían vivir solas, o como cabezas de familia con sus hijos, o podían formar nuevas comunidades, frecuentemente compartiendo la vivienda con otras mujeres. Aún cuando por lo general eran los miembros más pobres de la sociedad urbana, con el tiempo las mujeres ganaron acceso a muchas ocupaciones que posteriormente serían consideradas trabajos masculinos. En los pueblos medievales, las mujeres trabajaban como herreras, carniceras, panaderas, candeleras, sombrereras, cerveceras, cardadoras de lana y comerciantes. […] En Inglaterra, setenta y dos de los ochenta gremios incluían mujeres entre sus miembros. Algunos gremios, incluido el de la industria de la seda, estaban controlados por ellas; en otros, el porcentaje de trabajo femenino era tan alto como el de los hombres. Hacia el siglo XIV, las mujeres comenzaron a ser maestras así como también doctoras y cirujanas y comenzaron también a competir con los hombres con formación universitaria, obteniendo en ciertas ocasiones una alta reputación.»

(op. cit. en la traducción de Verónica Hendel y Leopoldo Sebastián Touza para la editorial Traficantes de Sueños, capítulo uno, apartado «Libertad y división social»)

En esta misma época fueron surgiendo movimientos heréticos como el catarismo que integraba a la mujer dentro de la liturgia, dándole un papel mucho más destacado que el que le otorgaba el cristianismo oficial. Estas concepciones sociales más igualitarias muestran un universo precapitalista que pudo haber evolucionado de otra forma. Sin embargo, las clases dominantes ante la crisis del feudalismo implementaron unas medidas que hicieron inviable tal posibilidad; en el origen del capitalismo está la expropiación de la tierra comunal, la imposición del salario y la disciplina laboral, la explotación de las tierras y pueblos colonizados pero también en la disvaloración de las labores reproductivas y con ello, en la degradación de la mujer como sujeto económico.

Tras la caída demográfica de la Peste Negra los campesinos supervivientes obtuvieron unos, hasta entonces, desconocidos privilegios: mejoras de salarios, libertad de movimientos, aumento de tiempo o días de ocio, etc. Esto vino propiciado por la escasez de mano de obra que obligó a los terratenientes de la nobleza y el clero a mejorar las condiciones laborales de las clases trabajadoras si querían ver sus tierras producir. Pero la relación entre este declive demográfico y la mejora en las condiciones de vida de las clases trabajadoras no pasó desapercibido a las clases dominantes: desde entonces lo reproductivo de un modo u otro pasó a ser un tema económico, algo que programáticamente tenían que favorecer los estados para poder contar con suficientes soldados y trabajadores a los que explotar. Constata Federici que está época coincide precisamente con la pérdida de derechos de las mujeres: se criminaliza el aborto, el sexo no reproductivo, los anticonceptivos; por otra parte, una ola de misoginia recorre Europa: la mujer debe permanecer el casa atareada en los cuidados, lejos del trabajo asalariado que paulatinamente se va imponiendo.

Toda esta evolución tiene como consecuencia que tanto la mujer como la labor reproductiva que le viene impuesta acaben desvalorizadas dentro del sistema capitalista. En un primer momento, en el capitalismo del siglo XIX y principio del XX, los roles de género estaban bien claros, en ellos la mujer tenía el «deber» de trabajar gratuitamente en el ámbito del hogar, en algunos momentos se romantiza la labor reproductiva como algo vocacional que la mujer hace de suyo por un deseo intrínseco de su naturaleza que solo puede desarrollarse en el cuidado; por otro lado, y sin que sea contradictorio, la labor reproductiva de la mujer se desprecia como algo meramente biológico, sin valor económico alguno. Todo este entramado ideológico encubre la explotación que el sistema capitalista ejerce sobre la mujer y sobre los cuidados. El obrero es explotado en la fábrica pero la mujer es explotada en su cuerpo, es obligada a cuidar y a parir sin darles alternativa ni tampoco soberanía sobre su propio vientre.

Irónicamente, sin esta labor reproductiva el capitalismo ni ningún sistema económico sería sostenible pero la tarea primaria, sin la que ninguna otra sería imaginable queda al margen de los cálculos de los economistas capitalistas. La reproducción y el cuidado de nuevos trabajadores a los que explotar para la producción no tiene valor salarial ni económico, sin embargo son condición de posibilidad de cualquier sociedad.

En el capitalismo tardío de la segunda mitad del siglo XX hasta ahora, el paradigma cambia sutilmente pero continúa manteniéndose en esencia: a la mujer se le da permiso para que se integre en la explotación del sistema salarial como a los varones pero las tareas reproductivas siguen recayendo primariamente en ellas. Cuando la conciliación se hace inviable, la labor reproductiva y el cuidado se externaliza: cuidadoras migrantes con sueldos paupérrimos sustituyen a las mujeres de clase media asalariadas, serán ahora ellas la que cuiden a los menores, a los ancianos y a los enfermos. La pobreza y los cuidados quedan feminizados. Hoy en día la deriva capitalista ha entrado en tan fuertes contradicciones que la labor reproductiva se ha transformado en un trabajo asalariado; la compra y venta de bebés, práctica criminal que se denomina eufemísticamente «gestación subrogada», está legalizada en algunos países y en los que no lo está no es perseguida activamente. El capitalismo se ha desarrollado hasta sus últimas y funestas consecuencias cuando buena parte de la población mundial está convencida de que un ser humano puede ser un objeto con valor en el mercado. La reproducción se ha convertido en un «servicio».

En cualquier caso, la reproducción de nuevas fuerzas de trabajo no puede ser mantenida por la compra-venta de bebés, el privilegio de comprar un hijo o hija pertenece a unos pocos privilegiados económicamente, así que no se hace viable que este sistema de explotación sobre mujeres pobres sea suficiente para garantizar el relevo de las fuerzas de trabajo. El éxito del capitalismo en la disvaloración de la labor reproductiva probablemente sea uno de los elementos que empujen este sistema en su crisis final. Efectivamente, la lógica capitalista es la lógica de la productividad, por esto se observa en los países productistas un descenso acusado en las tasas de natalidad. Cuando la reproducción y el cuidado son subtareas disvaslorizadas menor personas estarán dispuestas a realizarlas, la energía psíquica que se necesita para la producción y consumo constante no deja espacio a otras actividades humanas no productivas como la reproducción. Así el éxito de la producción impide la reproducción; mientras existan capas de pobreza esa labor reproductiva podrá externalizarse como estamos haciendo ahora con la población migrante pero cuando en esos países, que a día de hoy exporta mano de obra feminizada, explotada para las tareas de cuidado y reproducción, cuando en esos países, se imponga la mentalidad productivista del capitalismo y las tasas reproductivas también desciendan ¿cómo se mantendrá la reproducción de las clases productoras-consumistas? La salida parece para algunos una antiutopía: un mundo robotizado dirigido por magnates tecnológicos o inteligencias artificiales en donde la población humana es cada vez más escasa… Este futuro inquietante muestra claramente el carácter antihumanista del capitalismo que imagina antes un mundo sin humanos que un mundo sin producción.

(1) Aunque Federici utiliza el término «trabajo reproductivo» usaré preferentemente el término «labor reproductiva» para evitar ambigüedades y porque considero que el concepto de «trabajo reproductivo» de esta autora se asemeja al de labor de Hannah Arendt.

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Tags: capitalismofeminismoproducciónreproducciónSilvia Federici

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