Teoría de la resonancia mórfica de Rupert Sheldrake
2La teoría de la resonancia mórfica se hizo popular en los años 80 del siglo pasado de la mano de su creador el biólogo británico Rupert Sheldrake; a día de hoy la teoría no es de tanta actualidad mediática aún cuando muchas de las insuficiencias explicativas de la biología hegemónica que denunciaba Sheldrake siguen presentes.
Sherdrake intenta responder a la pregunta de cómo y porqué las realidades físicas adquieren una forma que se repite en el tiempo. Por qué un cristal cristaliza de una manera, por qué una proteína se ordena tridimensionalmente como lo hace, o la razón de que las células, tejidos u organismo adquieran su forma característica. La persistencia de la forma es una constante en la Naturaleza que aparece no solo en las formas físicas sino también en instintos y conductas aprendidas cuya estructura se repite de generación en generación.
Como todos los problemas fundamentales, esta cuestión también ha sido objeto de reflexión para los primeros filósofos: ¿por qué el manzano da manzanas y no aguacates, por ejemplos? ¿Qué hace que un animal o planta reproduzca su propia forma en sus frutos o descendencia? Como, obviamente, ni la planta ni el animal reproducen la forma propia de manera consciente hay que suponer una ley intrínseca a los seres que permite tal reproducción. Lógicamente, la ciencia ha intentado responder a esto pero de una manera que a Sheldrake le resulta insatisfactoria.
El primer problema pendiente de la biología es el de la morfogénesis. Según el mecanicismo biológico imperante la forma de un ser vivo depende de la activación o desactivación de ciertos genes, lo que permite que se formen los tejidos vivos que a su vez asumen una forma determinada. Pero ¿dónde viene determinada esa forma final? Para la teoría genética esa forma no está determinada de ningún modo sino que se desenvuelve ciegamente conforme de activan o desactivan los genes precisos. Para Sherdrake esto no está demostrado empíricamente y es un mero acto de fe, de hecho es difícilmente corroborable. Hay incluso hechos demostrados que ponen en cuestión la teoría, por ejemplo, los genes homeobox encargados de desencadenar la transcripción de genes que guían y definen el desarrollo de las diferentes partes del cuerpo en un embrión son casi idénticos en una mosca de la fruta, un ratón y el ser humano. Si todas las células de un mismo ser vivo tienen idéntico genoma y los genes morfogenéticos son similares incluso entre animales tan distintos ¿cómo explicar las diferencias de forma entre las diversas especies y los distintos órganos de un mismo ser vivo? Para Sheldrake la única forma de explicar esto es concluir que el desarrollo morfogenético en los seres vivos está orientado hacia una forma final y que no es fruto de una cadena de reacciones químicas ateleológicas.
Otro elemento a tener en cuenta para apoyar esta idea es el fenómeno de la regeneración: los seres vivos tienden a conservar su forma. Esto se ve muy claramente en los embriones que si son mutilados tienen a regenerar la parte amputada; esta regeneración no solo se da en los embriones sino que muchos animales son capaces de regenerar estructuras dañadas o partes de sus órganos.
La teoría neodarwinista hegemónica tiene serios problemas para explicar el desarrollo de la forma pero sus problemas son aún más profundos para dilucidar la herencia del instinto. Sheldrake pone el ejemplo del cuco común, este ave pone sus huevos en el nido de otras aves durante la primavera europea, poco después los cucos progenitores vuelven a su lugar de origen al sur de África; sus crías tras nacer y aprender a volar se unen a otros cucos juveniles y se dirigen al territorio de donde procedían sus padres. ¿Cómo lo hacen? No hay posibilidad de un aprendizaje, por otro lado no hay constancia de que ningún gen module algo tan complejo como la autogeolocalización y la orientación; sin embargo, los cucos tras su nacimiento siguen volviendo al continente africano cada año.
Otro problema que no resuelve satisfactoriamente el mecanicismo neodarwinista es el de la realidad de la mente humana. Es un hecho que la mente humana actúa sobre el cuerpo, la idea de que la mente es un epifenómeno del cuerpo es una apreciación sin base en la evidencia, más bien es contraria a ella. El mecanicismo podría funcionar en un mundo en donde no existiera la mente, pero una vez constatada su existencia no podemos negarla como un correlato físico del cuerpo ya que a día de hoy la conducta humana no puede ser explicada en términos de físico-químicos. Por otro lado, explicar la actividad mental en términos físicos es un argumento circular ya que la propia teoría física depende de la actividad mental. Luego el neodarwinismo no explica científicamente la realidad de la mente y tan solo plantea una hipótesis que hasta ahora no ha sido corroborada.
Ante las insuficiencias de la teoría neodarwinista, Sheldrake propone su teoría de la resonancia mórfica para explicar cómo los sistemas físicos, biológicos y conductuales adquieren su forma característica. Según este autor cada entidad en este universo tiene asociado un campo que le dota de su forma propia, el campo mórfico de un cristal es el que hace que las moléculas que lo conforman adopten tal estructura cristalina pero no otra, ese mismo campo mórfico explicaría la forma de un gallipato y su capacidad de recrear su forma en determinadas circunstancias. Los campos mórficos hay que entenderlos como los campos electromágnéticos o los campos gravitacionales, son campos asociados a la materia pero no son ellos mismos materiales; un campo electromagnético, para seguir con el ejemplo, no puede verse si no es por sus efectos en la materia. Exactamente lo mismo sucede en los campos mórficos que son detectables en la forma que generan.
Los campos mórficos son causa formativa de cualquier sistema con forma pero debemos distinguir este tipo de causación formativa de la causación energética que estudia la física. Sheldrake pone el siguiente ejemplo: para construir una casa son necesario materiales de construcción, albañiles y arquitectos, maquinaria e instrumentos pero también un plano para dar forma a la casa. Los ladrillos no pueden autorganizarse por sí mismos, los compuestos de un ser vivo pueden encontrarse disgregados en un recipiente y es evidente que de ahí no se reconstruirá otro ser de modo espontáneo. Los albañiles y la maquinaria tampoco pueden dar forma al edificio del mismo modo que la energía y los genes no son suficientes para ordenar la materia; finalmente vemos que es el plano del edificio el origen de su forma, tal plano aunque no es una energía, sí es la forma final a la que tiende el sistema formado por los materiales de construcción, los constructores y las máquinas. El plano del ejemplo es el campo mórfico: la forma final a la que tienden en determinadas condiciones ambientales la materia y energía sobre la que el campo tiene efecto.
Cualquier átomo del universo tiene un campo mórfico asociado que hace que los electrones se sitúen en una órbita determinada. Los electrones, protones y neutrones de un átomo, por ejemplo, de oxígeno podrían asociarse de otra manera siempre buscando el estado de menor energía; entre los estados de menor energía posibles el campo mórfico determina el que es propio del elemento en cuestión. Si existen campos mórficos de átomos también lo existen de moléculas, de compuestos complejos y así hasta los campos mórficos de los sistemas vivos. Existe por tanto una jerarquía entre los campos mórficos que va desde los entes más simples a los más complejos.
Los campos mórficos están en una relación de resonancia, es decir, los campos mórficos idénticos se interrelacionan e influyen entre sí, esto explica por qué la forma de una especie concreta se repite en el tiempo y en el espacio. Esta resonancia mórfica ocurre del pasado hacia el presente, es acumulativa y no local. Es decir, que la ocurrencia de una campo mórfico en el pasado refuerza la aparición de la forma que favorece en el futuro, cuanto más veces ocurra más fácil es que se repita con posterioridad. La no localidad de la resonancia mórfica quiere decir que sus efectos no están influenciados por la distancia sino que su acción es, en principio, universal. Por ejemplo, la primera albúmina que surgió en el universo estuvo menos determinada en su estructura tridimensional ya que los átomos que se agrupan en esta proteína pueden adquirir forma en muchos estados posibles de menor energía. Una vez la albúmina adopta una de estas formas y se asocia a un campo mórfico, las albúminas del futuro tenderán a adoptar esa forma merced a la resonancia mórfica, independientemente que se constituyan aquí en la Tierra o en Alpha Centauri. Conforme se sintetizan nuevas albúminas su campo mórfico está más y más determinado ya que el efecto de esta resonancia es acumulativo.
Demostrar que existe un campo mórfico asociado a la forma del átomo de hidrógeno es casi imposible pues ya que se han producido tantos átomos en el Universo y durante tanto tiempo que su campo mórfico no puede variarse experimentalmente, pero ¿qué pasa con las nuevas sustancias químicas que se sintetizan artificialmente? Según la teoría de la resonancia mórfica la cristalización de una nueva sustancia debería ser más difícil la primera vez que se sintetiza que con posterioridad cuando ya se ha logrado la cristalización y por tanto tiene asociado un campo mórfico. Cuanta más veces se cristalice el nuevo compuesto, más intensa será la resonancia mórfica y más fácilmente cristalizará. Lo realmente curioso es que esto es algo que ocurre con bastante frecuencia: la turanosa, un tipo de azúcar sintético se consideró un líquido, hasta que en la década de los 1920 se logró cristalizar; a partir de entonces se hizo frecuente su forma cristalina en todo el mundo. Pero más llamativo aún es que en algunos productos sintéticos una forma de su cristalización sustituye a otra sin causa aparente en los primeros años posteriores a ser sintetizada, una vez se ha establecido esta segunda forma de cristalizar la primera se torna irreproducible (*). Si las leyes que determinan la forma de un cristal fueran inmutables y mecánicas estos fenómenos tendrían una difícil justificación .
Sheldrake cree que lo que consideramos leyes de la Naturaleza no son leyes sino hábitos. El concepto ley es tan antropomorfo como el de hábito pero mientras el primero tiene un matiz de inmutabilidad y rigidez, el segundo pretende denotar que las regularidades de la realidad no están predeterminadas desde antes de los tiempos sino que son fruto de un proceso de evolución y adaptación.
También los instintos y comportamientos se ven influidos por un campo mórfico que se establece como dominante cuando demuestra su éxito adaptativo. El ejemplo de los herrerillos que aprendieron a abrir botellas de leche para beber su nata se ha hecho bastante popular. En 1921 se registró por primera vez en Southampton, al sur de Inglaterra, que estas pequeñas aves habían aprendido a abrir las botellas de leche que dejaba el lechero a las puertas de las casas para tomar la nata de la superficie. Rápidamente se extendió esta conducta por el resto de Inglaterra e incluso llegó al continente. En Holanda los registros son interesantes porque el reparto de leche se interrumpió durante la Segunda Guerra Mundial, estas aves paseriformes tienen una vida corta por lo que era difícil que hubiesen sobrevivido a la guerra, sin embargo, al retornar el reparto de leche en 1947 volvieron a robar la nata de las botellas. Según la teoría de la resonancia mórfica el comportamiento de los primeros herrerillos incidió en el aprendizaje de otros herrerillos en diferentes regiones de Europa de manera no local, en otras palabras, cuando los herrerillos ingleses encontraron una nueva fuente de alimentos en la nata de la leche, los otros herrerillos, sin importar la distancia, adquirieron si no ese comportamiento sí una propensión a reproducirlo. No obstante, a pesar de lo interesante de esta anécdota hay otras explicaciones plausibles como que ese conocimiento se extendió por imitación o que sencillamente, aves de la misma especie en el mismo entorno tenderán a realizar conductas exploratorias similares que darán como resultado un aprendizaje concreto. Siendo innegable que el caso de los herrerillos no demuestra la resonancia mórfica, sí existe la posibilidad de idear experimentos que puedan corroborarla o refutarla y lo más llamativo es que los experimentos que se han hecho en esa dirección, sin ser concluyentes todavía, parecen apoyar la teoría.
En 1920 William McDougall inició en Harvard un experimento para demostrar la veracidad de la teoría lamarckista según la cual los descendientes heredan los cambios adaptativos de sus padres. El experimento se realizó con ratas blancas de cepa Wistar endogámicas. El experimento consistía en enseñar a las ratas a escapar de un tanque de agua por un pasadizo, el roedor debía elegir entre dos salidas: una iluminada era incorrecta y al tomarla recibía una descarga eléctrica; la salida correcta no estaba iluminada y permitía a la rata escapar del tanque. McDougall midió el tiempo que tardaban las ratas en aprender cómo escapar del tanque; posteriormente las cruzaba entre ellas y medía la tasa de aprendizaje de sus descendientes, el experimento duró treinta y dos generaciones de ratas y le realizó durante quince años. Los resultados parecían demostrar la teoría lamarckista ya que cada generación de ratas aprendía a salir del tanque con mayor velocidad que la anterior. Sin embargo, su experimento tenía un fallo: no había medido la tasa de aprendizaje de otras ratas no adiestradas por lo que no era descartable que esa velocidad en el aprendizaje no se debiera a factores externos como una progresiva mejora intelectual o en la alimentación, por ejemplo.
El experimento lo replicó años más tarde Wilfred Agar y sus colaboradores en la Universidad de Melbourne, añadiendo un grupo control de ratas no adiestrada. Lo llamativo fue que Agar encontró que tanto las ratas descendientes de ratas adiestradas como las ratas descendientes de ratas no adiestradas aumentaban la velocidad de aprendizaje. ¿Cómo explicarlo? La teoría lamarckista de la herencia de los caracteres adquiridos preveía que las ratas descendientes de ratas adiestradas aprenderían más rápido que sus antecesores pero no podía explicar como otras ratas sin vinculación con los roedores que habían aprendido a elegir el pasillo correcto también aprendían a mayor velocidad. Por tanto, el experimento refutaba la teoría lamarckista pero ponía en evidencia un hecho que no tenía explicación: que cuando un grupo de ratas aprendían algo, todas las ratas de esa misma cepa aprendían eso mismo más rápidamente. Sin embargo, el resultado descrito es perfectamente coherente con la teoría de la resonancia mórfica que postula que el aprendizaje de una habilidad crea un campo que resuena en todos los sujetos de la misma especie(**).
La teoría de la resonancia mórfica es difícil de admitir por la ciencia normal porque aún no se ha dilucidado la naturaleza de una fuerza que ejerza una influencia no local. Es decir, si admitimos que el aprendizaje de un nuevo comportamiento influye en el resto de los individuos de una misma especie ¿cómo se te ejerce tal influyo? Sherldrake admite que esa influencia no local es una idea rompedora con la ciencia normal pero no entra en contradicción con ella tras el descubrimiento de fenómenos como el entrelazamiento cuántico que admite la existencia de influencias no locales.
Finalmente, tenemos que subrayar que la teoría de la resonancia mórfica se presenta como una teoría científica y por lo tanto sujeta a experimentación y falsación, sería útil para explicar el fenómeno de la causación formal y podría abrir una nueva perspectiva para la comprensión del mundo. Esta teoría además tiene vocación de tender puentes entre las distintas ramas de la ciencia ya que su explicación abarca la física, la química, la biología pero también la etología, la psicología e incluso la sociología.
Por supuesto también supondría un nuevo enfoque para comprender la mente humana que encontraría en los campos mórficos un modo de interaccionar con el cuerpo; la conciencia también tendría la capacidad de crear nuevos campos mórficos conductuales gracias a su creatividad, factor que un enfoque meramente materialista difícilmente podría explicar.
A lo largo de la historia de la Humanidad muchos descubrimientos cruciales han aparecido en distintas partes del planeta sin relación directa: el estado, la pintura e incluso parece que el fuego y el lenguaje han emergido en grupos distantes sin aparente relación. En ocasiones nuevos inventos o progresos en las ciencias se han descubierto casi simultáneamente en distintos países. La teoría de la resonancia mórfica podría dar una explicación a estos fenómenos.
Por otro lado, si la teoría de los campos mórficos fuera cierta podríamos ir más allá y llegar a preguntarnos si al igual que existen campos mórficos de especies que comparten todos los individuos de su clase, no podrían existir campos mórficos de relaciones simbióticas entre seres vivos o ecosistemas. Si así fuese la Tierra, el Sistema Solar, las estrellas y el mismo Universo podrían estar en resonancia con campos mórficos compartidos por sistemas similares.
* Rupert Sheldrake; Una nueva ciencia de la vida; capítulo 5-6, traducción de Marge-Xivier Martí Coronado y David González Raga, editorial Kairós.
** R. Sheldrake; op. cit. cap. 11.2
En Vietnam, los soldados norteamericanos que tenian emboscadas en el camino de la selva, se les había aconsejado que miraran de reojo el fin del camino por donde vendría los vietnamitas y nunca que lo miraran directamente. El motivo era que se había observado que ello podía despertar -a nivel de probabilidad estadística- un posible sexto sentido del peligro a los soldados norvietnamitas que se acercaban a la emboscada.
Un gran trabajo, este artículo y el blog/proyecto en general.
Gracias.