Contra güelfos y gibelinos
3A lo largo del desarrollo de la humanidad han surgido, dentro de una misma sociedad, grupos ideológicos opuestos entre sí. Hoy, desde la perspectiva que nos da la historia, esas diferencias que para nuestros antepasados eran fundamentales en la construcción de su identidad, nos parecen nimias disputas sobre matices. Güelfos y gibelinos, carlistas y liberales, guerristas y felipistas, rojos y azules… fueron en su tiempo grupos con partidarios que luchaban entre sí para imponer tal o cual visión política a sus adversarios. Cuando hoy vemos sus luchas, nos parecen que en ellas hay más estrechez de mira y afán de protagonismo que pensamiento y deseo de mejorar la sociedad. Fueron debates y conflictos entre grupos humanos que tenían, en muchas ocasiones, la misma profundidad ideológica que puede tener un debate sobre fútbol entre hinchas de equipos distintos.
Cuando dos amantes del fútbol dialogan entre sí dejando al margen su afición particular por un equipo determinado es factible el enriquecimiento a través del diálogo. El amor al buen fútbol, lo esencial, los une y solo lo accesorio, la afición por un club, los distancia. Sin embargo, si alguien es antes hincha de un club que aficionado al fútbol, se dejará llevar por sus sentimientos de autoafirmación grupal y será reacio a la argumentación racional.
Algo así pasa hoy en occidente con los términos “derecha e izquierda”, los votantes y militantes son antes “hinchas” de una de las corrientes que personas preocupadas por el bien común. Los intereses de partido son contrarios a los intereses generales y por ello el capitalismo ha fomentado la partidocracia y la distinción entre derecha e izquierda como algo irreconciliable.
Como muchos ya intuyen el engaño, es natural que el movimiento 15-M tuviera y tenga tanto apoyo popular, independientemente del signo político. Pues frente a los que se afanan en agitar banderas caducas y reivindicaciones banales de la izquierda o la derecha, este movimiento ciudadano fue capaz de unirnos en la plaza para sentarnos a debatir sin dogmatismos previos, sin partidismos artificiales sobre asuntos que nos afectan y preocupan a todos por igual, independientemente de si somos más proclives a usar camiseta o polo náutico.
Los medios de propaganda se encargan de subrayar los conflictos accidentales o las particularidades ideológicas de cada cual. El aborto, la eutanasia, la distribución de la riqueza… son temas que los políticos usan recurrentemente para fomentar ese partidismo tan malsano que nos impide ver el bosque porque solo vemos el árbol. ¿Por qué sobre esos temas no se plantean referéndum y que decidamos todos? Porque reformando legislativamente una y otra vez esos asuntos, sin consultar directamente al pueblo, se fomenta que los ciudadanos en vez de debatir racionalmente sobre esos temas, se posicionen partidistamente y encuentren en el enfrentamiento con otros ciudadanos un alivio a su frustración, que de otro modo se dirigiría contra la casta opresora.
Los mismos amos tenemos y los mismos problemas. Si alguien, por ejemplo, se siente más cercano ideológicamente a la iglesia católica ¿sufre menos que un trabajador anarquista la crisis económica? El paro, la pérdida de derechos ¿afectan más a los de un “bando” que a los del otro? Hoy solo existe dos bandos: en un lado, los que robando y engañando nos han arrebatado la soberanía y nuestra riqueza; en el otro, la inmensa mayoría de los ciudadanos. Fomentar la división y la pseudoideología izquierdista y derechista es una estrategia de los déspotas para que sus esclavos peleen entre sí y discutan por el sexo de los ángeles, mientras ellos afianzan los cimientos de su tiranía en nuestra desunión.
Re-eduquemos la mirada
Si queremos atisbar con acierto los peligros, dejemos de mirar de izquierda a derecha, o viceversa. Y empecemos a mirar de abajo y arriba, sin viceversa. Porque somos de abajo, no de arriba. O sea, ni de izquierdas ni de derechas.
de abajo a arriba
Efectivamente, estamos acostumbrados a tener una mirada «lateral», de izquierda a derecha. Debemos sustituir esa visión horizontal por una vertical, que comprenda la realidad política de manera «vertical». Como has dicho, acertadamente, debemos aprender a mirar de abajo a arriba.