El acoso escolar desde una perspectiva educativa
4El acoso escolar ha sido una realidad silenciada hasta no hace mucho y que ocasiona un enorme sufrimiento a los menores que la padecen. No creo que antes el acoso escolar se produjese menos que ahora; si antes ignorábamos esta realidad era por la misma razón que se desconocía el acoso sexual en el trabajo: la víctima se sentía avergonzada y, en cierta medida, culpable de la situación de acoso. Muchos consideran que “aprender a defenderse” es parte del proceso de instrucción del niño, tal actitud sume a la víctima en una vorágine de culpabilidad e indefensión. Ciertamente, el fortalecimiento del carácter debería ser uno de los fines prioritarios del proceso formativo, no obstante el acoso escolar es ejercido, generalmente, por un grupo numeroso o individuos que abusan de su edad para someter a una víctima indefensa. Por tanto, no deberíamos achacar a la víctima una supuesta “debilidad” que la hace merecedora del ataque; ni argüir que tales conflictos son “cosas de niños” para rehuir nuestra responsabilidad social. La escuela, y la sociedad en su conjunto, tiene la obligación de fomentar el pleno desarrollo de los menores, combatir el acoso en los centros educativos forma parte, sin duda, de esta obligación.
Desde la perspectiva que nos da la madurez comprendemos el acoso escolar como un acto reprobable y propio de chicos con personalidad débil. Efectivamente, cuando una niña, para sentirse “superior” o desfogar su frustración, se ceba con una persona indefensa, muestra una evidente debilidad en la construcción de su autoconcepto. La personalidad integra busca logros elevados y efectivos fundados en el reconocimiento de su propia valía; por contra, el acosador escolar, incapaz de altas metas, busca desahogarse contra el que entiende mejor o diferente a él y, ni tan siquiera, le ataca directamente sino que se rodea de una cuadrilla para hostigarlo. He observado, reiteradamente, la debilidad de esos matones de patio, por lo general chicos frustrados y llenos de complejos que atacan un chivo expiatorio para no sentirse ellos mismos atacados. En cualquier caso, no olvidemos que los acosadores son también niños, es decir personas que no han desarrollado plenamente sus facultades cognitivas ni sociales; luego, no deberíamos hacer juicios morales definitivos sobre su comportamiento sino educarlos con la palabra y corregirlos con el castigo.
He leído algún que otro libelo psicológico en el que se afirmaba que el acosador escolar era un niño con tendencia psicopáticas o antisociales. No sé que significan, realmente, estas expresiones “técnicas” pero las motivaciones del acoso escolar, a un nivel profundo, son sencillas de entender. En primer lugar, como se ha señalado; el acosador escolar es un menor que aún debe desarrollar sus habilidades sociales, los sentimiento de empatía se forjan durante la biografía del menor, así como su capacidad para relacionarse horizontalmente con el entorno social o la propia autoestima. Es esta falta en el desarrollo moral la que potencia que a determinadas edades sea frecuente los casos de acoso. El niño acosador no tiene porque ser un adulto acosador del mismo modo que el niño acosado no tiene que ser una víctima el resto de su vida.
Otra razón del acoso escolar es que el ser humano no es un ser manso por naturaleza. El menor se ve sometido durante su infancia a un proceso normativizador que genera una lógica agresividad inexpresada que puede estallar de múltiples maneras, algunas socialmente admitidas, otras no. El acoso escolar es, la mayoría de las veces, manifestación censurable de tal agresividad. Aún así, no deberíamos censurar a un menor, ni a un adulto, por poseer un carácter fuerte y agresivo; si tal fortaleza y violencia se dirigen hacia enemigos poderosos, el individuo atemperará su agresividad por la misma crudeza de la lucha; además, sus actos quedarán enaltecidos por la virtud de la valentía. Sin embargo, sí que es detestable avasallar a un enemigo débil que no supone una amenaza, tal actitud es la que condenamos en el acosador escolar.
Observar a menores en interrelación es fuente de profundas intuiciones y nos permite una comprensión profunda de la naturaleza humana. No puedo evitar pensar que las debilidades psíquicas que tan evidente nos parecen en los chicos acosadores sean extrapolable a los adultos que acosan. En buena medida, el proceso de hacerse mayor es, sencillamente, aprender hipocresía social; el adulto que acosa no es tan evidente en sus ataques ni en sus motivaciones como los niños pero el trasfondo moral sigue siendo el mismo. Aquel jefe que maltrata psicológicamente a un trabajador es, verdaderamente, un miserable que abusa de su fuerza contra alguien más débil; pero, mientras que en el niño entendemos que el grado de responsabilidad es menor, un adulto debe ser considerado plenamente responsable de sus actos. El hostigamiento psicológico hacia otras personas que se encuentran en una situación de debilidad es pan nuestro de cada día: el banquero que chantajea a su cliente, el adulto que abusa de la ingenuidad del niño o el maltratador emocional que humilla a su víctima, son tipos humanos que, como el acosador escolar, basan su autoconcepto en algo tan frágil como las flaquezas de otros, denotando una repugnante cobardía y una lamentable incapacidad para relacionarse fraternalmente con sus semejantes.
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Buen artículo. Muy interesante. Solamente una cosa quisiera resaltar, para poder entender mejor a qué quisieron llegar o cómo piensan tal asunto: «no deberíamos hacer juicios morales definitivos sobre su comportamiento sino educarlos con la palabra y corregirlos con el castigo.» Ésta es la parte que me ha quedado resonando, especialmente la última parte. ¿Corregirlos con el castigo? ¿es justificable el castigo? ¿de qué manera? ¿Es ético el castigo? ¿Puede inducir a la ética el castigo? ¿Dos males producen un bien? Incluso, ¿no es el castigo una forma de acoso escolar, pero por parte de los autoridades de la institución? Y en tanto acoso escolar, ¿no es una forma de debilidad por parte de las autoridades para reforzar su carácter (y el de la institución) en la «debilidad» o en el «error» de los pequeños? Debate tan antiguo como la criminología misma (acordemos que acá, hablando de «castigo», estamos incluyendo una parte ínfima y fundamental de la criminología y el sistema penal, dentro de una institución educativa). Espero haberme expresado con la exactitud necesaria como para recibir una respuesta homóloga. Atte. Saludos.
Efectivamente, la cuestión sobre la pertinencia del castigo es un debate antiguo y complejo, intentaré expresar mi opinión sobre este punto siendo conciso. El castigo es un método para variar la conducta de un sujeto, creo que se puede cuestionar el valor de un castigo en concreto pero no que la acción punitiva puede variar y ocasionalmente varía la conducta tanto de adultos como menores. El concepto de castigo es muy amplio, tanto, al menos, como el de recompensa, pero quiero dejar claro que cuando hablo de castigo no hablo, prioritariamente, de golpizas o gritos. Castigo puede ser, simplemente, mostrar distanciamiento afectivo o dar a entender, ante personas con las que estamos vinculadas, que ciertas acciones nos producen daño moral. Por ejemplo, una madre puede castigar a su hijo simplemente mostrando desilusión o disgusto por los malos actos del menor.
Preguntas si el castigo puede ser considerado como un modo de abuso. Sinceramente creo que sí y que así ocurre en muchas ocasiones; pero también creo que la valoración moral del castigo no puede hacerse en abstracto sino que debemos entenderlo en el contexto cultural y analizar la acción concreta. Por ejemplo, si un niño que gatea se acerca a un enchufe y pretende meter sus dedos en él, un padre puede gritarle o apartarlo impetuosamente del peligro ¿es un mal castigo? Pienso que no ya que generar aversión o prudencia ante ese peligro concreto puede salvar la vida del menor y el castigo en sí no es lesivo para el desarrollo de su autonomía, más bien al contrario. Lógicamente existen muchos castigos o formas de educar a los niños que sí hacen uso excesivo de la violencia o que no buscan la propia autonomía del menor ni defender a la comunidad de actos que, de manera objetiva, la ponen en peligro. Estos métodos para conformar la conducta del niño sí que son, a mi juicio, condenables pero no lo es la educación ni, por extensión, el castigo que tiene como meta el pleno desarrollo de la libertad del infante y la defensa objetiva de la libertad común.
Gracias por tu respuesta. Ha sido concisa a la hora de resolver mis dudas ante la primer lectura del texto. Ahora con la aclaración de lo que se ha querido decir se puede leer de otra manera, o con los ejemplos, de una manera más concreta. Saludos.