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Divulgación Filósofica y Pensamiento Libre

El test de Turing: la inteligencia artificial como inteligencia social

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  • Por Ciudadano 014-Q
  • en Píldoras de Filosofía
  • — 19 Dic, 2013

   “La capacidad humana para engañar a otros, ya sean aliados o enemigos, representa una gran ventaja a la hora de manejar nuestras complejas vidas sociales”

Alison Gopnik; El filósofo entre pañales; capítulo dos: Compañeros imaginarios, apartado “Construir un mapa de la mente”.

Alan Turing en 1950 propuso un test para determinar si una máquina era, verdaderamente, inteligente. En el test de Turing un juez se comunica con dos interlocutores a través de mensajes sin tener contacto directo con ellos; uno de ellos es una máquina mientras el otro sí es un ser humano. Teniendo en cuenta que tanto la máquina como el humano pueden mentir al interactuar con el juez, este debe descubrir cuál de los dos es una máquina y cuál un ser humano. Si la máquina es capaz de engañar al juez y hacerle creer que ella es el humano, podríamos pensar, según Turing, que tal máquina está dotada de inteligencia. Este test está bastante popularizado e, incluso, existe una competición anual para ver si alguna computadora logra engañar al juez.

No obstante, algunos no pueden evitar pensar que tal concepto de la inteligencia es algo maquiavélico, ya que lo específico de la inteligencia, según este test, sería su capacidad de usar el lenguaje para engañar. Sin embargo, innumerables psicólogos han mostrado la importancia de la mentira en el desarrollo infantil. Más allá de consideraciones morales, la mentira presupone unas capacidades mentales notables, sobretodo cuando se manifiesta con un lenguaje articulado. El que miente debe saber: qué es lo verdadero, qué tiene el oyente en su mente y cómo podemos variarlo transmitiendo una información falsa pero verosímil. A los dos o tres años, los niños aprenden a mentir pero no son capaces de hacer sus mentiras creíbles y no contradictorias hasta los cinco años (A. Gopnik, loc. cit.). Se precisa mucha práctica para poder comprender la mente de los que nos rodean y cuáles son sus expectativas, más complejo aún es aprender a variar esos estados mentales o expectativas.

Curiosamente, los niños que más prematuramente y mejor mienten, también demuestran una mayor capacidad para empatizar o conocer los estados mentales de otras personas. Algo parecido ocurre en la vida adulta; si alguien empático observa a otra persona triste podría intuir la razón de su tristeza y encontrar el medio de animarlo con una mentira social, por ejemplo diciendo algo así como “¿Dónde has comprado ese abrigo? Me gustaría comprarme uno igual aunque no creo que me quede tan bien como a ti”. Observamos, por tanto, que el engaño o la mentira a través del lenguaje precisa tanto de inteligencia social como lingüística y que su fin inmediato es variar los estados de ánimo o de opinión de los oyentes. A esto se refería Turing con su test: una máquina es inteligente no por su capacidad de resolver problemas abstractos sino, sobretodo, por su capacidad para conocer los estados mentales de los oyentes y variarlos; en definitiva, por su capacidad de socializar exitosamente. La noción de inteligencia que se trasluce tras el test de Turing, lejos de ser un concepto amoral o pesimista, resulta sumamente interesante ya que acentúa el carácter social de nuestro intelecto.

Artículo externo:

¿Basta la prueba de Turing para definir la inteligencia artificial?

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Tags: engañointeligencia artificialmentiraTuring

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