La libertad del niño como problema en Jean-Jacques Rousseau
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«Antes de que los prejuicios y las instituciones humanas hayan alterado nuestras inclinaciones naturales, la felicidad de los niños, así como la de los hombres, consiste en el uso de la libertad; pero esta libertad se halla limitada en los primeros por su debilidad.” (continuación del texto)
Jean-Jacques Rousseau; Emilio, o De la educación; prólogo, traducción y notas de Mauro Armiño para Alianza Editorial, segunda reimpresión en “Area Temática Humanidades. p. 112.
La libertad para Rousseau es un valor fundante y, por lo tanto, esencial de la vida cívica. Esta libertad, que en su forma más primaria se manifiesta como “amor de sí”, es un impulso natural del hombre sin el cual la ciudadanía no podría haber existido.
En los niños observamos este impulso cuando el infante se separa del cuidador y, ajeno a él, explora el mundo. El problema es, para el ginebrino, que la debilidad física e intelectual del niño hace que este goce de una libertad imperfecta. La libertad del niño es querer cualquier cosa, pero como es débil no puede alcanzar lo que quiere, en la mayoría de las ocasiones, sin el concurso de una voluntad adulta. El adulto se convierte en ejecutor, controlador y limitador de la voluntad del niño, por ello el pequeño no vive, ni siquiera en estado natural, una libertad perfecta.
Se ha intentado ridiculizar a este filósofo europeo y presentarlo como un pánfilo optimista. Nada más lejos de la realidad. Para Rousseau esa libertad imperfecta es, desgraciadamente, un mal necesario para el desarrollo pleno y la supervivencia del niño. O es que alguien cree que para no traumatizar a un menor, o para no mostrarle la cruel diferencia entre lo permitido y lo prohibido, debemos dejar que un niño haga lo que quiera. Nadie sensato puede pensar que sí, pues ¿qué padre o madre dejaría que su hijo gatease al borde de un precipicio para no “limitar” su libertad?
A pesar de todo lo anterior, Rousseau no puede menos que subrayar hasta que punto este imperio de otras voluntades sobre él frustra tanto como dota de seguridad, al menor; y advierte de los peligros, para el desarrollo moral, de una educación excesivamente permisiva o excesivamente represiva.
Observamos aquí como los enormes problemas que genera en el adulto la administración de la autoridad sobre menores, son mero reflejo del carácter imperfecto de la libertad en los niños, y, por extensión, en las personas adultas. Pues, efectivamente, ¿si los primeros años de su vida, el hombre se desarrolla y aprende en una libertad imperfecta, puede en edad adulta vivir una perfecta libertad? La respuesta es no, y de este carácter imperfecto de nuestra libertad es ejemplo la vida cívica, ya que el ciudadano solo, no puede nada y necesita del concurso de toda la ciudadanía para que lo que quiera se pueda hacer. Así, por ejemplo, si queremos mayor índice de bienestar como individuos, nada podemos si los esfuerzos, conocimientos e impuestos de todos no hacen posible nuestro deseo. Superar esta indefensión de individuos aislados es el origen y sentido de la sociedad cívica. Aún cuando la perfección absoluta de nuestra libertad es imposible dentro del pacto social, como se entiende de lo anterior, la voluntad de esa perfección nos hace sociales. Aquellos hombres que desconocen el amor a la libertad no viven la virtud cívica y son como forasteros en todos sitios.