La lucha por la dignidad de la mujer en el Renacimiento europeo. Ariosto
0“Si las mujeres, así como se afanan noche y día con extremo cuidado y diligencia en conquistar los dones que la naturaleza no puede proporcionar sin el esfuerzo, y al igual que han llevado a cabo las acciones más extraordinarias, se hubiesen dedicado a aquellos estudios que inmortalizan las virtudes de los mortales, y hubiesen podido por sí mismas celebrar sus propias hazañas sin necesidad de mendigar la ayuda a los escritores – a quienes la envidia y el despecho corroen el corazón, hasta tal punto que con frecuencia ocultan el bien que de ellas pueden pregonar y publican el mal cuanto les es posible-, tan enaltecido se vería su nombre que tal vez llegaría a empañar la brillante llama de los más ilustres varones.
Muchos poetas -especialmente los antiguos- no satisfechos con aprestarse mutuamente a la práctica de la adulación, estudian incluso el modo de poner de relieve todos los defectos de la mujer y de impedir que llegue a prevalecer al hombre, y se esfuerzan cuanto pueden en minimizar sus méritos, como si el esplendor del sexo femenino pudiera hacer palidecer el del nuestro, cual las nubes palidecen el fulgor de los rayos del sol.
Pero ni las lenguas con sus discursos, ni la mano con sus escritos, han tenido jamás suficiente poder -por más que se hayan empeñado en acrecentar el mal y disminuir el bien- para extinguir la gloria de la mujer hasta el punto de no dejar alguna parte de ella, aun cuando por desgracia han conseguido que no llegara, ni con mucho, adonde debiera.”
Ludovico Ariosto; Orlando Furioso; canto XXXVII 1-4, traducción de Ana Olmos Puig para Editora Nacional 1984.
Es signo inequívoco de la divina inspiración de las Musas, cuando un poeta, al exponer la trama de sus argumentos, manifiesta opiniones que, a pesar de resultar escandalosas en su tiempo, con el paso de los siglos han sido generalmente asumidas como certeras. No fue el inmortal Ariosto (1474-1533) el único ni el primero que enarboló la pluma contra las injusticias que se cometían hacia las mujeres; cada época y lugar muestran, a su manera, episodios de esta larga e inacabada lucha por la dignidad humana.
Si algo frena la fama de los méritos femeninos, según el italiano, son la maledicencia contra la mujer, el miedo y la envidia hacia ellas. En general nuestra cultura patriarcal ha tenido poco interés en que la mujer pueda formarse y ha menospreciado las labores a las que eran condenadas. Estamos prestos a realizar generalizaciones maliciosas sobre el carácter de la mujer pero si fuéramos tan sagaces cuando generalizamos sobre la personalidad masculina quizás no se nos pasaría desapercibido que la mayoría de los crímenes contra la humanidad que se han cometido y se cometen han sido realizados por varones. Pero ¿qué significa este hecho históricamente observable? A mi juicio no significa nada pues “personalidad del varón” o “carácter femenino” no son más que necias simplificaciones con las que se recrean los ignorantes. Por supuesto que el sexo influye en la personalidad del individuo pero tal personalidad está influenciada por múltiples factores como el momento histórico, el estatus social o el contexto familiar, entre otros. Estos factores son los que hacen que las diferencias de género, aún existiendo, sean irrelevantes para evaluar el mérito, la virtud o la capacidad de un sujeto concreto.
La maledicencia contra la mujer que atacaba Ariosto tiene hoy otros rostros más “asépticos”. Que los niños son más de matemáticas y las chicas más de letras es la versión contemporánea de esa pretensión mentecata de dividir al genero humano por un accidente de nacimiento. Según “las estadísticas” las chicas sacan mejor calificación en las actividades de comprensión y expresión lingüística, olvidando que las diferencias interindividuales son mucho más grandes que las que se basan en el género. Aunque las leyes hayan cambiado, la mentalidad no ha cambiado tanto y muchos siguen entendiendo que existen habilidades o tareas propias de chicos (las matemáticas, los deportes…) y algunas propias de chicas (las emociones, las relaciones sociales…); es lamentable que algunos divulgadores desinformados utilicen la autoridad de la ciencia para inculcar dogmas refutados por la experiencia inmediata.
Los medios de desinformación quieren hacernos creer que la lucha por la dignidad de la mujer es una lucha de mujeres por las mujeres; pero tal perspectiva es tan estrecha como la que piensa que la lucha contra el racismo compete solo a los grupos oprimidos. Sexismo, racismo, homofobia y otras lacras ideológicas son competencia de todos ya que lo que se degrada con tales ideologías no es la dignidad de tal o cual grupo sino la del género humano en su conjunto.
Entre tantas mentiras, la que dice que la mujer en Occidente ha sido liberada de las trabas que antes sufría está especialmente extendida. Olvidamos que siguen existiendo y aprobándose leyes lesivas contra los derechos reproductivos de la mujer, que las desigualdades en remuneración según el género aún existen, así como otras violaciones y abusos sobre la mujer. Sin embargo, más allá de las leyes y lo dicho “sobre papel”, lo que muestra a las claras la vigencia de la opresión contra la mujer es esa costumbre deplorable de juzgar un mismo acto de modo diferente dependiendo del género de quien lo cometa. No hay mejor ejemplo de lo que digo que esa falsa moralidad común que juzga la libertad sexual de un modo diferente según el género. En esto también se adelantó Ariosto quien refiere, en el canto IV de su obra, las palabras de Reinaldo cuando se entera de que Ginebra va a ser condenada a muerte por haber mantenido relaciones fuera del matrimonio. Triste es constatar que quinientos años después de que fueran escritas estas palabras muchas mujeres son ejecutadas o degradadas por “delitos” que no son punibles cuando son cometidos por un varón:
“¿Es decir que una doncella debe morir por el hecho de haber recibido entre sus amorosos brazos a su amante? ¡Maldición sobre el que tal ley ha sancionado! ¡Maldición mil veces sobre quienes la toleran! Con más razón debe morir una mujer cruel y desdeñosa, que la que da vida a su amante. Poco me importa que Ginebra haya hecho o no feliz al suyo; por mi parte, no puedo menos que aplaudirlo, en caso de ser cierto, con tal que haya evitado el escándalo. Estoy decidido a defenderla; así, pues, proporcionadme un guía que me conduzca rápidamente al encuentro del acusador; pues si Dios me ayuda, como espero, pronto renacerá la calma en el corazón de Ginebra.
No quiero suponer que la doncella sea inocente; ya que, si tal cosa dijese, podría equivocarme, cuando no tengo antecedente alguno; lo que sí mantengo, es que ninguna ley puede castigar semejante falta; que fue al menos injusto o cuanto menos loco el primero que impuso tal pena a los que incurrieran en ella, y que tales leyes deben revocarse inmediatamente y ser sustituidas por otras más razonables. Si un mismo ardor, si igual deseo hace que se busquen y se unan los dos sexos para disfrutar del tierno desenlace que proporciona el amor, y que el ignorante vulgo considera como un crimen, ¿por qué ha de censurar o castigar a la mujer por haber realizado con uno o con varios lo mismo que el hombre pone por obra siempre que bien le parece, quedando, no sólo impune, sino aplaudido y alabado? Con tal desigual ley se han cometido verdadera y expresamente grandes injusticias contra la mujer, y Dios mediante, no tardaré en demostrar el gran mal que se ha causado soportándola por espacio de tanto tiempo.”
Ludovico Ariosto; Orlando Furioso; canto IV 63-67, traducción de Ana Olmos Puig para Editora Nacional 1984.