Los límites éticos de la manipulación: la mentira
1En abstracto, solemos considerar la mentira como algo reprobable. “No mentir” es el octavo mandamiento para los cristianos pero en el resto de religiones de masas, podemos encontrar normas similares que condenan la mentira. Este repudio a la mentira tiene una base racional: el orden social, e incluso la comunicación, serían inviables si usásemos el engaño normal o habitualmente.
Sin embargo, debemos convenir en que los límites entre la verdad y la mentira son difusos. Es complicado determinar cuando hacemos una afirmación certera y cuando no; por ello, se considera que alguien miente cuando falta a la verdad a sabiendas. Un defensor medieval de la teoría geocéntrica no mentiría si estuviese convencido de la verdad de su dogma; por contra, alguien que nos promete algo e incumple su promesa, sería un mentiroso aunque encontrase razones a posteriori para justificar su comportamiento deplorable.
Hay personas que mienten sin saberlo, pero cuando alguien no se informa debidamente de lo que sostiene y esa desinformación es beneficiosa a sus intereses, podemos decir que esa persona miente aún cuando no sea consciente de la falsedad de sus tesis. Se puede predisponer a una amiga contra otra persona si le decimos que esa tercera persona es una estafadora, si tal acción manipulativa se basa en un conocimiento cierto de las supuestas estafas perpetradas, no es un acto de manipulación condenable. Por contra, si la etiqueta de “estafador” la endosamos a la ligera, sin un conocimiento claro y distinto del asunto que se trata, y si, además, tenemos un interés personal en manchar la imagen de esa tercera persona, podemos decir que estamos engañando a nuestro interlocutor aunque estemos convencidos de la verdad de nuestra afirmación.
Pese a que reprobemos la mentira en general, solemos ser indulgente con el uso de la mentira con fines benéficos. No digo que la mentira no sea necesaria y “buena” en ocasiones, pero debemos ser muy prudentes al justificarla, sobre todo cuando esa mentira nos beneficia de un modo u otro. Si un adolescente sufre una muerte dolorosa por un accidente y su madre pregunta al doctor sobre las circunstancias del fallecimiento de su hijo, ¿debemos decirle la verdad crudamente? Poco o nada ganará la mujer con la verdad si no es más amargura; ¿debe el médico decir toda la verdad en este caso? Es el lector el que tiene que formarse una opinión, la mía particular es que en el ámbito moral la “corrección normativa” no es un valor que posea validez absoluta sino que debe ser conciliada con los naturales sentimientos humanitarios que nos inclinan a evitar el sufrimiento innecesario a otros semejantes.
En conclusión, la mentira, el engaño, faltar a la palabra dada, etc. son comportamientos condenables cuando los realizamos para obtener un provecho particular. Si mostramos falta de respeto a la verdad o a la corrección de las afirmaciones que realizamos, también estamos, de alguna manera, engañando. Cuando esta falta de respeto a la verdad es beneficiosa a nuestros propios intereses egoístas, podemos decir que estamos manipulando al oyente de manera artera y mal intencionada.
Otra cuestión es el lugar que ocupa la manipulación a través de la mentira en la práxis política. A mi juicio, la mentira es tan censurable en el ámbito privado como en el público; aunque en este segundo contexto se pueden admitir excepciones, la normalización de la mentira política es síntoma de corrupción del sistema. Es un tema complejo y sobre el que se ha debatido profusamente, comparto con el lector dos fragmentos de Platón y Maquiavelo en los que estos filósofos reflexionan sobre el papel y la pertinencia de la “mentira de estado”:
“En cuanto a la mentira expresada en palabras, ¿cuándo y a quién es útil como para no merecer ser odiosa? ¿No se volverá útil, tal como un remedio que se emplea preventivamente, frente a los enemigos, y también cuando los llamados amigos intentan hacer algo malo, por un arranque de locura o de algún tipo de insensatez? Y también en la composición de los mitos de que acabamos de hablar ¿no tornamos a la mentira útil cuando, por desconocer hasta qué punto son ciertos los hechos de la antigüedad, la asimilamos lo más posible a la verdad?”
Platón; República; libro II 382c-d, traducción de Conrado Eggers Lan para la editorial Gredos.
“Todos comprenden qué loable resulta en un príncipe el mantener la palabra dada, viviendo de un modo íntegro y no con astucia. Sin embargo, la experiencia de nuestros días nos muestra cómo aquellos príncipes que han hecho grandes cosas y que han tenido pocos miramientos con sus propias promesas, envuelven con la astucia los cerebros de los hombres y superan finalmente a quienes se basaban en la lealtad.
[…]
Un señor prudente, entonces, no puede ni debe guardar fidelidad a sus palabras cuando tal fidelidad se vuelve contra sus intereses y cuando las razones que motivaron sus promesas han caducado. Y si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería bueno pero, como son malos, y no observarían contigo la palabra dada, tú tampoco tienes por qué observar con ellos tu palabra. A un príncipe, por otro lado nunca le han faltado las razones legítimas para disfrazar esta inobservancia”
Nicolás Maquiavelo; El príncipe; capítulo XVIII, en la traducción de Roberto Raschela para la editorial Losada.
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