Pasado y vigencia de la lucha contra el imperio
1“74. Y Viriato envió a Cepión para tratar con él a los más leales de sus amigos, Audax, Ditalcón y Minuro, quienes tras ser corrompidos por Cepión mediante grandes dádivas y numerosas promesas le prometieron que darían muerte a Viriato. Y lo asesinaron de este modo: Viriato solía dormir muy poco a causa de sus preocupaciones y esfuerzos, y la mayor parte de las veces descansaba armado para que al despertarse estuviera inmediatamente dispuesto a todo. Así pues, sus amigos podían visitarle durante la noche. A causa de su costumbre de entonces, los secuaces de Audax, que lo estaban vigilando entraron en su tienda en el primer sueño, como si en efecto algo urgiera, y lo degollaron a pesar de que estaba protegido por la armadura, pues no era posible por otra parte del cuerpo. Como nadie se dio cuenta de lo sucedido a causa de lo certero de la herida, pudieron escapar hasta Cepión y le solicitaron las recompensas. Pero éste les concedió que disfrutasen de cuanto tenían, pero sobre lo que pedían les remitió a Roma. Cuando llegó el día, los sirvientes de Viriato y el resto del ejército, pensando que todavía estaba durmiendo, se sorprendieron por lo inhabitual, hasta que algunos se dieron cuenta de que yacía ya cadáver aunque estaba armado. Y de inmediato hubo lamento y duelo por todo el campamento, llorando por aquél y temiendo por ellos mismos al reflexionar en qué clase de peligros se hallaban y de qué gran general habían sido privados. Y lo que les dolió de modo especial fue que no pudieron encontrar a los que habían cometido el crimen.
75. Tras haber adornado a Viriato del modo más esplendoroso le prendieron fuego sobre lo alto de una pira y le inmolaron numerosas víctimas y, por secciones, la infantería y la caballería, corriendo alrededor del cadáver, armados, iban entonando cánticos al modo bárbaro y todos se sentaron en torno a él hasta que el fuego se extinguió. Una vez concluido el ceremonial iniciaron un certamen de combates singulares sobre su tumba. Tanta fue la añoranza que Viriato dejó tras de sí, el que más dotes de mando había tenido entre los bárbaros y el más presto al peligro atrevido en toda circunstancia por delante de todos y el más justo a la hora del reparto del botín. Pues nunca aceptó tomar una parte mayor a pesar de que continuamente le animaban a ello. E incluso lo que tomaba se lo entregaba a quienes más habían destacado en la lucha.”
Apiano; Historia Romana; libro VI, traducción de F. J. Gómez Espelosín para la editorial Alianza.
La figura de Viriato me resulta interesante no tanto por ella misma como por el arquetipo que representa. Ya sea en la lucha de los griegos contra los persas, o en la de los lusitanos contra los romanos, observamos la misma imagen del luchador que combate por la libertad frente al imperialismo. Mientras que en las Guerras Médicas, la causa de la libertad resultó triunfante, en las Guerras Ibéricas el Imperio acabó por imponerse. Sin embargo, tanto en un caso como el otro, los vencedores son los que nos cuentan su propia historia y las de sus enemigos.
Y esta historia, al ser suficientemente antigua, no cesa de repetirse. Por aquel entonces el imperio consideraba a los griegos un pueblo indócil, disgregado y primitivo; poco después fueron considerados tales los íberos y otros pueblos que se opusieron a la conquista. Casi fue ayer cuando los indígenas de América, África o Asia fueron percibidos como incultos y rudos salvajes, justificando con ello su exterminio. También entre estos “salvajes” se levantaron individuos que combatieron por el derecho a autogobernarse, infructuosa y anónimamente en muchas ocasiones.
Ayer esta guerra contra el imperio y en defensa de la libertad se libró en Vietnam, hoy se libra en Oriente Medio y a un nivel, todavía difuso, se está librando a cada momento en todo el mundo. ¿Bárbaros salvajes o pueblos que se defienden de agresiones foráneas? Hoy como ayer y como mañana, el imperio dicta en las escuelas y en la televisión su interpretación, su tergiversación de la historia; aún así, no podemos evitar sentirnos solidarios con esos héroes, que desde el mismo origen de la historia humana, han mostrado y muestran con su entereza que ante el poder del imperio existen más opciones que callar y rendirse.
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