Sobre la aparición
0Sumergidos en la cotidianidad, no nos percatamos de hasta qué punto nuestras propias percepciones son reales solo en tanto que se vean refrendadas por el consenso social. Ciertamente, una conciencia solitaria asume como real todo lo que ve, pero siempre en la medida que tales percepciones sean coherentes con lo que el consenso social crea que se puede percibir como real; no obstante si estamos solos en nuestro sofá en una noche de insomnio y escuchamos a los vecinos cuchichear en voz baja o golpear el suelo ¿cómo estar seguro de que lo que escuchamos es real si no hay nadie a nuestro lado que lo confirme? Este es, evidentemente, un problema banal en sí mismo, y nadie en su sano juicio problematizaría la realidad de esas percepciones anodinas, pero es un hecho que los sentidos nos engañan y que, habitualmente, recurrimos a los otros para distinguir lo realmente percibido de lo falso. Por ejemplo, si un olor extraño llega a nuestra nariz o un grillo canta levemente en la lejanía, preguntamos a quien nos acompaña si tiene esa misma percepción para estar seguro de que no hemos imaginado lo que creemos sentir.
Camino solo por el bosque y de repente aparece ante mi una pareja de cabras montesas; no dudo de su realidad ya que es una percepción coherente con lo que socialmente se acepta que puede verse en ese entorno en concreto, pero ¿qué pasaría si lo que viese fuese una dríade? Surgiría una fuerte sospecha de que mis sentidos me engañan o que sencillamente estoy enloqueciendo, no porque el hecho perceptivo sea diferente del que he descrito anteriormente sino por la simple razón de que el consenso social no acepta la posibilidad de tal percepción. Lo que determina la problematicidad de una percepción no es el hecho o la forma concreta de cómo se percibe, sino si tal acontecimiento percibido es coherente con el consenso social que establece lo que es real y lo que no. Llamamos loca o alucinada a una persona cuando ve, escucha o siente objetos y presencias que solo ella ve, pero para ese sujeto la salamandra que se desliza sobre la mesa tiene tanta realidad como el jarrón que está a su lado; nosotros vemos el jarrón pero no la salamandra, por tanto decimos que esa persona alucina, que no se atiene al consenso social de lo que es real y lo que es imaginado.
Todas las personas tenemos aparatos perceptivos más o menos similares, instrumentos fisiológicos que nos permiten acceder a lo manifestado de una manera coherente, de ahí que la realidad sea un hecho compartido. No obstante, los datos que llegan a nuestros receptores sensoriales son mucho más numerosos que las sensaciones que llegan a nuestra conciencia. Oídos, tacto, propiocepción, vista… todos nuestros órganos perceptivos están recibiendo estímulos continuamente, nuestra mente ignora no solo aquellos perceptos que considera irrelevantes sino también aquellos que no encajan con el esquema ordenado del mundo que es aceptado socialmente. Luego, la represión de los perceptos está condicionada socialmente; vemos lo que se supone que debemos y podemos ver, quedando el resto de construcciones perceptivas no coherentes con el consenso social al margen de la conciencia del sujeto.
En ocasiones un sujeto singular o cualquiera de nosotros en circunstancias excepcionales puede experimentar sensaciones fuera del consenso social. Las circunstancias que favorecen estas sensaciones son diversas y de un modo u otro atenúan la censura social sobre nuestra percepción. Un caso muy claro son los niños pequeños que escuchan voces, imaginan amigos invisibles o aseguran percibir cosas que los adultos son incapaces de captar; este fenómeno se explica porque el infante está inmerso en un proceso de socialización que no ha terminado y que por tanto es imperfecto; carece de la férrea censura social del adulto así que puede ver fácilmente más allá de lo socialmente impuesto.
La percepción de lo excepcional también se ve favorecida por pautas y contextos externos al propio sujeto. Una manera clásica de favorecer una visión es el ayuno y la soledad; el ayuno somete al organismo a un intenso estrés metabólico, al mismo tiempo la soledad prolongada debilita los lazos sociales y, por tanto, la represión perceptiva. Los indios Cuervo merced este método obtenían visiones de divinidades en relativamente cortos lapsus de tiempo; en el mundo grecolatino antiguo pervivieron cultos de incubación que propiciaban visiones proféticas gracias al aislamiento prolongado, la inmovilidad y el ayuno.
Un grupo con creencias compartidas también potencia que se perciban realidades no comunes. Como dije, lo que llamamos real es una construcción de nuestra propia mente que está condicionada por las creencias sociales; si un grupo cree en la existencia de una realidad concreta, los que queden integrados en esa comunidad tenderán a percibirla como natural. Por ello, el ritual religioso separa al creyente del ámbito común de percepción y a través de movimientos, letanías repetitivas, esculturas en los que concentrar la atención, etc. consigue crear las condiciones para que el individuo vea y oiga aquello que no puede percibir en su tiempo profano. En las sociedades no estatales este tipo de rituales eran frecuente no hace mucho tiempo, hoy en día la mayoría de estos rituales están olvidados o convertidos el folclore.
Por otro lado, parece ser que hay determinados lugares que propician que se debiliten los eslabones de la conciencia ordinaria y se manifieste lo excepcional. Estos lugares han sido proscritos como malditos, encantados o, por contra, transformados en lugares de culto donde los dioses se aparecían. Mientras que las causas fisiológicas y psicológicas por las que el ayuno, la soledad o el ritual inducen la percepción no ordinaria son bastante evidentes; las razones por las que en determinados lugares es más frecuente vivenciar una de estas experiencias aún se desconocen.
Finalmente, no está de más indicar que desde que tenemos constancia histórica ha habido personas con una especial capacidad para captar realidades no percibidas por la generalidad del grupo. Lo que hoy llamaríamos loco es, en otros contextos históricos, un visionario, incluso un creador de religiones. No vamos a profundizar en este asunto, pero sí indicar que esa capacidad de percibir la realidad desde lo personal y fuera del contexto social impuesto está desarrollada en grado sumo en ciertas personas pero probablemente no sea algo exclusivo de ellas.
Llegados a este punto de la exposición cabe preguntarse si estas visiones particulares son meras alucinaciones subjetivas o son, realmente, manifestaciones de una realidad numinosa que nos queda ordinariamente oculta. En cómo planteemos la pregunta estará contenida una u otra respuesta, ya que cuando nos interrogamos sobre la realidad de estas experiencias, lo que verdaderamente necesitamos dilucidar es qué entendemos por real. Dejaré esta cuestión en suspenso y pasaré a analizar la historia de este fenómeno para entender la historicidad de nuestra propia perspectiva.
Desde que tenemos constancia histórica los hombres han hablado con los dioses, los ángeles y las sombras. El Gilgamesh originario ya departía abiertamente con diversas divinidades; así mismo los personajes homéricos reciben por igual consejos y amonestaciones de parte de los númenes olímpicos. Hesíoso y el propio Homero invocan la visión, el rapto de las Musas para ser inspirados. Y en los orígenes de la filosofía Parménides funda su poema en el descubrimiento que la diosa le confió; más humildemente Sócrates declaraba ser reprimido por la voz de un demon que interiormente le impedía actuar mal. ¿Simples recursos literarios? Ni el contexto ni la coincidencia en los testimonios ni la cantidad de ellos nos hacen presuponer tal cosa. Incluso la historia de los monoteísmos mediterráneos está plagada de voces, apariciones y presencias que se manifestaban profusamente. Dentro de las diferentes religiones, santos, reformadores y místicos afirman recibir mensajes de deidades, demonios o heraldos celestiales, ¿mienten todos ellos o acaso alucinaban? En el fragor de las batallas, miles de soldados van visto aparecer divinidades protectoras; y en la soledad de los eriales, campesinos y pastores han testimoniado encuentros con entidades numinosas tanto de la luz como de las tinieblas… ¿de dónde proviene esta abigarrada hueste?
Por muy escépticos que seamos ante estos hechos, no podemos negar tal cantidad de testimonios. Estos testimonios no muestran que existan realmente las entidades que dicen percibir, pero sí que estas experiencias, estas visiones, escuchas o intuiciones de seres extraordinarios existen. A mi juicio la clave para entender estos fenómenos está en comprender la visión del mundo de aquellos que tienen este tipo de experiencias. Lo fundamental aquí es que si en una comunidad cultural dada es factible que se produzcan encuentros entre las personas y determinadas entidades, estos encuentros acaban por suceder, porque el universo mental del sujeto, como vimos más arriba, está condicionado por el del grupo humano al que pertenece. El individuo que tiene una visión de este tipo, está repitiendo unas pautas culturales que ha interiorizado, de la misma manera que nosotros, los civilizados, hemos interiorizados que esas experiencias no son posibles y por ello no las tenemos.
No me cabe la menor duda que hubo un tiempo en donde los hombre de mar veían sirenas. No las alucinaban, ni inventaban estos encuentros, no confundían a torpes manatíes con las sinuosas mujeres del mar; realmente veían sirenas. En algunas noches con luna, balanceados con el mar, lejos de tierra, exhaustos de hambre y sed, quizás tras días de ingobernable tormenta, en ocasiones los marineros escucharon un canto arrullador y al asomarse por la borda vieron sirenas. Porque pensaban que podían verlas, en ese momento las llegaron a ver.
Como se dijo al empezar este artículo, la realidad es, en buena medida, una construcción social que también está limitada por las creencias colectivas. Ingenuamente muchos piensan la realidad como algo que tiene una entidad monolítica, como algo que simplemente “está ahí”. Para el común, cuando percibimos algo, lo que hacemos es captar eso externo en nuestra mente; lo real es objetivo, contante y sonante. Esta teoría objetivista y por ende racionalista de la realidad no es una verdad apodíctica, sino una creencia limitante que puede y debe ser cuestionada. Por mi parte, considero que la realidad es fenoménica, un correlato mental de una realidad extrasubjetiva que, por definición, no podemos conocer. La subjetividad capta y reconfigura esa realidad extrasubjetiva y la convierte en una imagen mental que denomina realidad gracias a sus receptores sensoriales, pero también y sobre todo merced al condicionamiento social. Por ello, es necesario comprender que antes del acto cognitivo individual está el colectivo que condiciona a aquel. Así pues, cuando los sujetos coordinan sus consciencias, elaboran a través de los datos extrasubjetivos una imagen mental coherente que contiene tanto posibilidades como límites. Las conciencias enhebran lo real a través de los actos comunicativos, construyen la imagen mental que denominamos realidad. En el fenómeno de la aparición ocurre que existe algo fuera de la conciencia, en un plano de realidad trascendente al propio sujeto e inalcanzable por definición, que propicia la visión; según los condicionamientos sociales e individuales el sujeto recreará con su mente una realidad determinada.
Las sirenas, las dríades, los ángeles, santos, fantasmas y dioses aparecidos son reales en tanto que son tomados como tal por la comunidad de subjetividades que configuran lo real. El problema hasta ahora había sido que en un principio se había tomado su realidad como literal, como si fueran entidades que existen trascendentes al acto cognitivo colectivo. Aún cuando la visión tiene un origen trascendente, el “como aparece” es fenoménico y depende de la comunidad creyente, por tanto el numen existe como apariencia pero no podemos conocer su trascendencia. Por otro lado, estos acontecimientos han sido tratado por los historiadores modernos como alucinaciones colectivas, pero ¿no es en puridad lo real una alucinación en la que todos estamos de acuerdo? Lo característico de la aparición es que la circunstancias que la propician son excepcionales: estrés fisiológico o psicológico; ubicación concretas, soledad prolongada, etc. Estas circunstancias, a su vez, implican que la visión de lo extraordinario sea, la mayoría de las veces, infrecuente, azarosa y puntual en el tiempo, pero nada de esto pone en duda la realidad en sí de un acontecimiento reiteradamente testimoniado en la historia.
Una cuestión que debe quedar al margen de este escrito es la posibilidad de que la aparición sea un modo de catalizar la capacidad creativa de las conciencias sobre lo real-fenoménico. Podría ser que este tipo de experiencias, en algunos casos, no solo sean configuraciones colectivas sobre el fenómeno, sino que en sí mismas sean aglutinantes de las potencialidades conscientes y por tanto capaces de transformar la cadena de causas-efectos determinada intersubjetivamente. De este modo, la aparición podría ser una posibilidad de transformar lo dado. Aún cuando tal hipótesis sea arriesgada, en un clima intelectual propicio puede ser investigada por medios empíricos.