Contra los deberes
2Unos de los debates educativos más enconados es el de la pertinencia de los deberes escolares para el desarrollo académico y personal de los menores. Como educador pienso que las horas que los alumnos pasan fuera de clase realizando tareas de mis asignaturas es directamente proporcional a mi grado de incompetencia como docente. Si durante las seis horas que pasan los niños y adolescente en el entorno escolar no realizan, precisamente, labores de aprendizaje y refuerzo ¿qué se hace en el aula? La autocrítica es, en nuestra sociedad complaciente, una suerte de extravagancia, especialmente para algunos docentes que consideran que ser exigente mandando muchas tareas es sinónimo de ser un buen profesor, un “profesor estricto”, cuando, a poco que lo pensemos, es todo lo contrario. Las madres no exigen a los maestros que den de comer a sus hijos, les compren la ropa o los lleven de vacaciones ¿podemos nosotros exigirles a ellas que pasen las tardes con sus hijos haciendo las labores propias del entorno escolar?
Hay argumentos a favor de las tareas académicas fuera del aula; el principal es que la implicación de los padres en los deberes escolares permite que conozcan de primera mano los contenidos impartidos en el aula; pero ese conocimiento bien podría obtenerse charlando con el menor durante la comida o dedicando unos minutos por la tarde a revisar sus cuadernos. Los estudios muestran que un mayor número de horas dedicadas a las tareas escolares fuera del aula lleva aparejado unos mejores resultados académicos; pero, no nos confundamos, las calificaciones del boletín nada dicen del nivel de competencia objetivo del alumno. El informe PISA parece poner de manifiesto, precisamente, que más horas de trabajo extraescolar no implican un mayor grado de competencia académica. Existen suficientes evidencias para cuestionar la pertinencia de sobrecargar a los menores con tareas fuera del aula pero tales evidencias chocan frontalmente con un concepto decimonónico de la “autoridad docente” que no se funda en el diálogo abierto con las familias que permita un autoperfeccionamiento sino en la cerrazón y el enrocamiento en dinámicas pedagógicas obsoletas.
No creo que los deberes sean el mal absoluto pero sí que cuando no se racionalizan asumiéndose como normalizados dentro del sistema acaban por convertirse en una carga innecesaria para los menores y sus familias. Cualquier trabajador valora y lucha porque después de su jornada laboral pueda disfrutar del ocio o desarrollar actividades de enriquecimiento personal como ejercitar una afición o realizar algún deporte. Eso que consideramos valioso en un adulto se lo negamos a menores que están en pleno proceso de autodesarrollo.
Como he dicho no creo que las tareas académicas fuera del aula sean en sí mismo malas. Su valor depende del tiempo y el sentido que se les den. Por ejemplo, suelo hacer los ejercicios o tareas de mis asignaturas con los alumnos en el aula. De este modo resuelvo dudas de vocabulario, reviso sus cuadernos y charlo con ellos mientras redactan, hacen un mural o cualquier otra actividad programada. Si una chica no hace la tarea en el aula porque habla, está distraída o hace cosas de otra asignatura le digo que tendrá que hacer las tareas de mi materia en su casa. Sí, los deberes son una especie de castigo: si no trabajas en clase lo tendrás que hacer fuera de ella. Lógicamente la mayoría se aplica a su trabajo en el aula porque valoran el hecho de no tener tareas de la asignatura para casa. También mando labores para fuera del aula a los alumnos que pretenden subir nota; si alguien llega al aprobado pero quiere tener un notable es razonable exigirle un trabajo fuera del aula pero nunca como obligación sino como decisión propia. Por tanto, los deberes pueden tener un valor pedagógico cuando no son obligatorios o son mandados puntualmente pero cuando se normalizan se convierten en agobiantes, inútiles y un síntoma de falta de sensibilidad y responsabilidad pedagógica por parte del profesor.
Pueden leerse muchos argumentos en contra de los deberes en Internet, uno habitual es el que critica las tareas para casa porque ahonda las diferencias socioeconómicas de los alumnos en vez de atenuarlas. Ciertamente, si una alumna tiene en casa el sostén de unos padres con formación académica le resultará mucho más fácil recibir su apoyo en las tareas, mientras que aquellas madres que no tengan tal formación o no dispongan de tiempo para ayudar a sus hijos por su jornada laboral no podrán prestarles una asistencia que en algunas asignaturas es injustamente necesaria para aprobar. El colmo del despropósito es aquella situación en donde los padres no pueden ayudar a sus hijos con las tareas ni tienen capacidad económica para pagar una academia o un profesor particular que les presten apoyo para realizar los deberes. Que en nuestro actual sistema educativo el nivel económico de las familias condicione las calificaciones y la promoción académica de los chicos de manera tan manifiesta y nadie haga nada para solventarlo pone en evidencia que la idea de una educación igualitaria y de calidad es aún, en nuestro país, una lejana quimera.
He de confesar que una inclinación maliciosa habita en mi corazón; pocas cosas me generan tanto placer como escuchar, con media sonrisa en los labios, a los “correctos” cacarear contra lo que ellos llaman escándalo. Hace unos años, en un pequeño pueblo donde impartía clase, el escándalo del que todos los docentes se lamentaba era que había una alumna cuyos padres le prohibían, ¡¡prohibían!!, que dedicase más de un tiempo determinado a los deberes. No recuerdo el tiempo que los progenitores consideraban necesario para hacer las labores del instituto pero era menos de una hora. El caso es que la chica tenía toda la tarde ocupada en actividades: modelaba cerámica, hacía deporte y salía a divertirse con los amigos. La alumna en cuestión estaba atenta en clase y superaba los exámenes aunque las calificaciones se viesen resentidas por los negativos que llevaba aparejado no tener todos los deberes hechos. Aunque la mayoría de los profesores denunciaban la actitud de los padres como irresponsable, fue, para mi, un ejemplo de como la libre iniciativa puede, en efecto, cambiar las cosas. Pues, ¿qué ocurriría si todos los padres actuasen de la misma manera, justificada y organizadamente? Sin duda que los alumnos se vería liberados de tareas extraescolares innecesarias, podrían disfrutar de su infancia y adolescencia y los docentes tendrían que reciclarse y buscar otras dinámicas educativas menos cómodas que mandar sistemáticamente deberes para fuera del aula.
La acción individual, sin embargo, no es suficiente. Para cambiar algo este asunto es preciso que los padres se autoorganicen en las diferentes AMPAs y Consejos Escolares para denunciar el exceso de tareas escolares que sus hijos hacen fuera del aula. Creo en el esfuerzo y en el trabajo comprometido pero no como un cínico que bajo la rúbrica de la “cultura del esfuerzo” justifica sobrecargar al alumnado con deberes y tareas fuera del aula. Quien crea, sinceramente, en la “cultura del esfuerzo” que se aplique el cuento a sí mismo y después a sus alumnos. Mi esfuerzo como educador es innovar y trabajar para que durante la jornada escolar los alumnos adquieran los contenidos precisos y no buscar excusas para ocultar mi ineficiencia. Y, en definitiva, ineficiente es aquel docente que durante su jornada laboral no consigue que sus alumnos aprendan lo prescrito y abandona su responsabilidad en manos de los padres o profesores particulares.
LINKS EXTERNOS:
Lo que los deberes han conseguido
Aligeremos la pesada carga de los deberes.
Estoy encantada de leer a un profesor este tipo de opinión, pero también sería interesante que la mayoría de padres, en mi opinión los que necesitan tener a sus hijos sentados toda la tarde, estén de acuerdo en freirlos a debers y trabajo en casa, cuestión que redice el ocio, trabajo creativo o tiempo familiar, todo ello tan importante para el desarrollo personal de los futuros ciudadanos. Por contra estamos creando ciudadanos acostumbrados a trabajar de sol a sol, en vacaciones y fines de semana, para que de adultos no protesten por las jornadas laborales abusivas. Una pena que los que se auto definen como docentes, no sean capaces de poner fin a este maltrato consentido. Aplaudo a este profesor y a la minoría de aquellos que piensan y actúan en esta dirección.
Gracias Montse,
es cierto, lo he pensado más de una vez eso que dices. Extendemos la jornada escolar de los niños fuera de la escuela y el instituto para educar a trabajadores que ven normal que se les extienda la jornada laboral con horas extras sin pagar o se les recorte en vacaciones. De la misma manera que la vida de un menor se desarrolla en infinitas direcciones distintas a las definidas por las paredes de un aula, la vida de los adultas debería ser más rica que ir a trabajar – dormir – ir a trabaja… Esa sociedad está aún por llegar.
Gracias por comentar.