Eticas materiales y éticas formales. Alegría y deber como esencia de la moral: Spinoza y Kant
1Fue Kant quien introdujo en la filosofía moral la diferencia entre las éticas materiales y formales. Para el filósofo alemán, los sistemas éticos que proponen un fin y unas normas para alcanzarlo son sistemas éticos materiales. Por ejemplo, en la filosofía griega (Platón, Aristóteles, Epicuro…) el fin último del hombre es alcanzar la felicidad, la moral es, desde esta perspectiva, el medio para alcanzar ese fin específico. El hombre debe conocer sus pasiones y analizándolas saber cómo y cuándo satisfacerlas para llegar a ser verdaderamente feliz. Al mismo tiempo el ser humano es un animal social, y como no podemos ser felices fuera de la sociedad, al menos que seamos una bestia o un dios, el hombre sabio moderará su comportamiento para poder vivir en comunidad y esa voluntad de vivir felizmente en comunidad es lo que se llama “virtud”.
Igualmente, las éticas cristianas, que surgieron en el medievo, son éticas materiales, es decir, éticas que buscan un fin y proponen cómo alcanzarlo. La diferencia entre las éticas de los autores clásicos y los medievales es que estos últimos sustituyen la felicidad por la “vida eterna” que se convierte en el premio que se obtiene tras una vida mortal de renuncia. De nuevo vemos que tales éticas son, desde la perspectiva formal, meros instrumentos para alcanzar un fin determinado.
Sin embargo, se preguntará Kant ¿quién puede saber qué es lo mejor para el hombre y cuál es su fin específico cuando actúa concretamente? Todos tenemos inclinación hacia la felicidad, incluso los animales buscan en sus actos su propio provecho. Si construimos un sistema ético basado en la consecución de un fin, el valor de tales normas no estará en ellas mismas sino en que sean útiles para alcanzar el fin deseado. De este modo el valor de la moral pierde todo sentido. Las normas morales deben valer y obligar por sí mismas y no por los “beneficios” que reporten su cumplimiento. Por estas razones, Kant propone una ética formal, en donde el puro respeto a la ley nos induzca a cumplirla sin búsqueda de fines bastardos. Para lograr un sistema de normas que tenga validez absoluta debe ser universalizable: todos los seres racionales deben comprender su necesidad. Así llegamos a un imperativo moral que nos obliga por su carácter universal: “actúa de tal modo que la máxima de tu acción pueda ser tomada por ley universal”. Si buscásemos la felicidad podríamos pensar que mentir para salir de un apuro está bien, pero si aplicamos el imperativo kantiano ¿podríamos querer que la regla “es correcto mentir para salir de una dificultad” fuera una regla universal? Desde luego que no, porque en tal caso nosotros mismos podríamos ser víctimas de tal regla y el orden legal se tornaría inviable. Lo que da valor a una acción moral es, por lo tanto, si esa acción se ha realizado por respeto a la ley moral, no las consecuencias que se derivan de esa acción.
El debate entre éticas formales y materiales refleja una fractura fundamental en nuestra moralidad. Todos estamos inclinados a buscar la propia satisfacción pero ¿cómo delimitar los límites en la búsqueda de la felicidad propia? Para los autores defensores de las éticas materiales la respuesta es que la propia razón y experiencia del hombre establece los límites en la acción; la mujer, por ejemplo, que es inmoderada o que actúa dañando a la comunidad difícilmente puede alcanzar la felicidad a menos que entendamos que el empacho, el hastío o el odio de nuestro semejantes nos hagan más felices. Desde esta perspectiva, el placer y la alegría son buenos y deseables siempre que no tengan un exceso que nos perturbe: piénsese en el niño que busca su placer atiborrándose de chocolate y acaba con dolor de tripa, su búsqueda irracional del placer es la que le ocasiona dolor pero no el placer mismo. Por esto dice, acertadamente, Spinoza:
“Pues la risa, como también la broma, es pura alegría y, por tanto, con tal que no tenga exceso, es de por sí buena (por la Proposición 41 de la Parte IV). Pues, ciertamente, sólo una torva y triste superstición puede prohibir el deleite. ¿Por qué saciar el hambre y la sed va a ser más decente que desechar la melancolía? Tal es mi regla, y así está dispuesto mi ánimo. Ningún ser divino, ni nadie que no sea un envidioso, puede deleitarse con mi impotencia y desgracia, ni tener por virtuosos las lágrimas, los sollozos, el miedo y otras cosas por el estilo, que son señales de un ánimo impotente. Muy al contrario: cuanto mayor es la alegría que nos afecta, tanto mayor es la perfección a la que pasamos, es decir, tanto más participamos necesariamente de la naturaleza divina. Así, pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas en cuanto sea posible (no hasta la saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre sabio. Quiero decir que es propio de un hombre sabio reponer fuerzas y recrearse con alimentos y bebidas agradables, tomados con moderación, así como gustar de los perfumes, el encanto de las plantas verdeantes, el ornato, la música, los juegos que sirven como ejercicio físico, el teatro y otras cosas por el estilo, de que todos pueden servirse sin perjuicio ajeno alguno.”
(Escolio de la Proposición 45 Parte IV de Ética demostrada según el orden geométrico, traducción de Vidal Peña)
Es difícil no sentir la alegre verdad que contienen las líneas anteriores; pero no sería justo desdeñar el valor de las éticas formales, en particular de la ética kantiana. Del mismo modo que los hombres y mujeres buscamos la felicidad, también necesitamos de pautas racionales de comportamiento a las que atenernos y con las que sentirnos seguros. Si seguimos, meramente, unas pautas de conducta sin pensar si esas normas son concordantes con nuestra felicidad o no, no nos diferenciaríamos mucho de un androide que actúa según una programación determinada. Pero, si solo actuamos movidos por la búsqueda de la felicidad, carecemos de un orden normativo al que atenernos y nos veríamos obligados a evaluar de continuo todos nuestros comportamientos concretos; algo obviamente impracticable en el día a día.
¿Es posible resolver tal aporía? Muchos simplifican el pensamiento ético de Kant y subrayan que tal sistema ético normativo puede ser gratificante para la mentalidad germana o “blanca” en general. Kant es germano en la misma medida que lo es Hörderlin o Nietzsche; y las preocupaciones y argumentos que manifiesta en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres atañen y son comprensibles para todos los hombres y mujeres en tanto que somos capaces de sentir y pensar. Además, si simplificásemos la ética kantiana con adjetivos racistas ¿cómo calificaríamos a Spinoza, un judío nacido en Ámsterdam expulsado de su sinagoga, que leía a Descartes, escribía en latín y hablaba español como lengua materna? Por supuesto que ambos autores partían de experiencias y contextos vitales diferentes, precisamente eso es lo propio de los diversos pueblos que componen Europa y el mundo: tener un pensar y un sentir propio. Pero no deberíamos olvidar que también la voluntad de entendimiento forma parte de nuestra tradición colectiva. Por ello, Kant subrayaba, desde su formalismo, la necesidad de articular un orden normativo universalizable, es decir, que nos permita convivir en común con otros hombres. Spinoza, irónicamente, desde su ética material llegará a una conclusión similar:
“… los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres, y, por ello, son justos, dignos de confianza y honestos.”
(Escolio de la Proposición 18 de la Parte IV, trad. cit.; véase también la Proposición 37 de la citada parte)
Vemos, en fin, que las insalvables distancias que separan la ética formal de Kant y la ética material de Spinoza, disminuyen cuando analizamos en profundidad sus sistemas y comprendemos el fin de sus conclusiones. En definitiva: las diferencias teóricas entre éticas formales y materiales, aún siendo objetivas, dejan de tener tanta relevancia cuando las analizamos desde la perspectiva de la acción.
Fuentes de las imágenes:
http://coralx.ufsm.br/filosofia/
http://marilo-rivera.blogspot.com.es/2012/02/kant-y-la-ilustracion.html
Es pregunta, como ser ignorante Pero ignorantísimo en conceptos que no sean de secundaria, no he leido a profundidad por falta de tiempo y anticipo quiza esta duda, que espero no esperen que me conteste a mi misma , les ruego no lo hagan pues «mi misma» no funciona en estos ámbitos y me urge una opinión educada.
No veo una diferenciación clara concisa ni concreta sobre la utilización de los términos felicidad y alegria.
¿ usan estos términos indiscrimidamente, o hay un acuerdo de siempre acerca de sus diferencias?
«bienaventurado», «feliz», en terminos cristianos ¿son lo mismo? Donde queda la «alegría» como estado característico de una personalidad? y dónde la felicidad?