Keynes, Europa y desarrollo global
0“Los sucesos del año entrante no serán trazados por los actos deliberados de los estadistas, sino por las corrientes desconocidas que continuamente influyen por debajo de la superficie de la historia política, de las que nadie suele predecir las consecuencias. Sólo de un modo podemos influir en estas corrientes: poniendo en movimiento aquellas fuerzas educadoras y espirituales que cambian la opinión. La afirmación de la verdad, el descubrimiento de la ilusión, la disipación del odio, el ensanchamiento y educación del corazón y del espíritu de los hombres deben ser los medios.”
J. K. Keynes; Las consecuencias económicas de la paz; capítulo VII “Los remedios” apartado 4 `Las relaciones de la Europa central con Rusia’, de la traducción de Juan Uña para la Editorial Crítica.
En una época tan descarnadamente cínica como la actual, las anteriores palabras de Keynes sonarán en exceso ingenuas y optimistas. Frente al revanchismo de los países victoriosos de la Gran Guerra, “Guerra Civil Europea” la denomina el economista inglés, fue escrita Las consecuencias económicas de la paz. Que no es legítimo ni provechoso someter económicamente a un país vecino, que la miseria material de una sociedad es el semillero de inestabilidades y guerras futuras o que en un mercado común el progreso equitativo de todos los pueblos es el cimiento más firme para el desarrollo y la integración colectiva, son conclusiones que tras casi un siglo de haber sido escritas continúan teniendo plena vigencia y siguen siendo desoídas. Qué ingrata la tarea de un intelectual de la talla de Keynes quien, en una Europa desgarrada por las crueldades de la guerra, apostaba por la benevolencia, la generosidad y el establecimiento de relaciones igualitarias entre vencedores y vencidos. Mientras, la turbamulta de periodistas, politicastros y hombres de a pie se entregaban a las bajas pasiones del odio y el resentimiento, emociones tan indignas del vencedor magnánimo. En esa confusión de gritos y reclamaciones vindicativas, “alguien que, aún siendo inglés, se siente también europeo”, advertía de la catástrofe que preludiaba esa hybris desatada y que posteriormente se manifestó en la II Guerra Mundial.
Podemos considerar el intercambio económico como un juego de suma cero o de suma no nula. Juegos de suma cero son, por ejemplo, el póquer o el ajedrez; en una partida de póquer las ganancias de un participante se hacen a costa de las pérdidas de otro; igualmente, en ajedrez uno gana y otro pierde o ambos hacen tablas pero no es posible una situación en la que ambos participantes ganen o pierdan. En estos entretenimientos la competitividad entre los participantes es encarnizada ya que la victoria de uno solo puede establecerse sobre las pérdidas de otro contrincante. El capitalismo de rapiña ha percibido la economía como un juego de suma cero; el especulador crea sus ganancias a costa del resto de la sociedad. Los países económicamente desarrollados participan en juegos de suma cero cuando consideran que al ser los recursos naturales limitados aquel que antes se apropie de ellos tendrá una ventaja competitiva frente a otros países que también necesitan esos recursos. Es la economía entendida como el reparto de una tarta: quien llegue primero y pueda acumular más porciones gana una mejor posición que solo puede establecerse sobre las pérdidas del resto de contendientes.
Los juegos de suma no nula son algo diferentes ya que es posible que su desenlace sea el de ganancia-pérdida, como en los de suma cero, pero también ganancia-ganancia o pérdida-pérdida. Por ejemplo, una persona tiene leña y yesca para encenderla, otra tiene una cazuela y una tercera carne cruda; juntando los activos de estos tres jugadores todos pueden comer, se produce así una situación de ganancia-ganancia en donde los tres participantes ganan más de lo que tenían al principio. El mismo ejemplo, a pesar de su aparente sencillez, pone en evidencia que los juegos de suma no nula son más complejos que los de suma cero. Efectivamente, ¿quién gana más en este ejemplo? Tanto el que pone la leña como el que pone la comida pierden lo que aportan mientras que el que comparte su cazuela sigue conservando el activo; por otro lado, ¿qué precisa más trabajo la recolección de leña o la caza? Finalmente podríamos preguntarnos si a dos de los participantes no le interesaría imponerse sobre un tercero; si los que aportan la leña y la carne se alían entre sí podrían expropiarle la cazuela al otro participante y así sus ganancias serían mayores. Lo que quiero mostrar es que en los juegos de suma no nula el cálculo de nuestros propios intereses no es un mero cómputo matemático sino que se fundamenta en un análisis más sutil e intuitivo (¿podríamos decir más moral?) del contexto pasado, presente y futuro del juego.
La perspectiva de Keynes es que la economía, máximamente la economía globalizada, es un juego de suma no nula y que por tanto existe la posibilidad de que se den situaciones de ganancia o pérdida mutua. El subdesarrollo de los países vencidos, concluye en su obra, acarrea no solo una pérdida para esos estados sino para sus vecinos vencedores; por contra, creía que mediante un mejoramiento del comercio y la industria en esos países empobrecidos sería posible un desarrollo material y espiritual común. De tal modo, en el séptimo y último capítulo del libro, “Los remedios”, Keynes intenta imaginar una sociedad en donde los países vencedores alienten el crecimiento de Alemania para que el despliegue de su industria y comercio acabe potenciando la cohesión y desarrollo europeo y funcione como freno del fanatismo bolchevique y reaccionario que amenazaba el futuro europeo del aquel entonces. El economista apostaba por que los Estados Unidos y el resto de países acreedores condonasen o aliviasen parte de la deuda de sus aliados y antiguos enemigos a cambio de recibir como contraprestación un trato preferente en la política comercial y diplomática por parte de los estados deudores. Que un economista de la importancia de Keynes comprendiese que la deuda puede llegar a ser odiosa y el pago estricto de la misma un freno para el desarrollo económico tanto de los países deudores como de los prestatarios no deja de tener eco en la actualidad en donde muchos estados supuestamente amigos se aferran al pago de la deuda de manera cortoplacista e impiden la verdadera integración de nuestras sociedades. Es precisamente la bancarización de la economía la que produce este error de considerar el pago de la deuda como deber incontrovertible; Keynes, que no percibe prioritariamente la economía como finanzas sino como actividad política y como sistema para dinamizar el mercado, entendida esta palabra en su sentido estricto, relativiza el papel del pago de la deuda hasta un punto que hoy consideraríamos heterodoxo cuanto no ilusorio:
“La existencia de las deudas de la gran guerra es una amenaza para la estabilidad financiera de todos. No habrá país europeo en el que la repudiación de la deuda no llegue a ser pronto un problema político importante. En el caso de la deuda interior, sin embargo, están interesadas las partes por ambos lados, y es cuestión de distribución interior de la riqueza. Pero no ocurre esto con las deudas exteriores, y las naciones acreedoras pueden encontrar muy en breve que el sostenimiento de un tipo especial de gobierno o de una organización económica determinada en los países deudores perjudica a su interés. Los compromisos de las alianzas o de las ligas no son nada comparados con los compromisos de las deudas de dinero.
[…]
Antes de la mitad del siglo XIX, ningún país debía grandes cantidades a una nación extranjera, salvo los tributos que se arrancaban bajo la fuerza de la ocupación de momento y en un tiempo por los príncipes ausentes, bajo las sanciones del feudalismo. Es cierto que la necesidad que ha tenido el capitalismo europeo de encontrar una salida en el Nuevo Mundo ha hecho que durante los pasados cincuenta años, aunque en una escala relativamente más modesta, países como la Argentina lleguen a deber una suma anual a naciones como Inglaterra. Pero el sistema es frágil, y ha sobrevivido solamente porque su carga sobre los países deudores no había sido hasta ahora opresora, porque está representada por partidas activas y está ligada con el sistema de la propiedad general y porque las sumas ya prestadas no son desmesuradamente grandes en relación con las que aún se espera tomar a préstamo. Los banqueros están acostumbrados a este sistema, y creen que es parte necesaria del orden social permanente. Están dispuestos a creer, por lo tanto, por analogía con ese orden, que un sistema semejante entre los distintos gobiernos, en una escala mucho más amplia y definitivamente opresora, no representada por un activo real y menos íntimamente asociada con el régimen de la propiedad, es natural, razonable y conforme con la naturaleza humana.
No confío en esta visión del mundo. Ni aun en el interior está muy seguro el capitalismo, a pesar de llevar consigo muchas simpatías locales, de jugar un papel real en el proceso diario de la producción y de depender en gran parte de su seguridad la organización actual de la sociedad. Pero sea esto como sea, ¿querrán los pueblos descontentos de Europa, durante la generación venidera, ordenar sus vidas en tal forma que una parte apreciable de la producción diaria se dedique a hacer un pago al extranjero, cuya razón (sea entre Europa y América o entre Alemania y el resto de Europa) no es consecuencia obligada de su idea de la justicia o del deber?”
J. K. Keynes; Las consecuencias económicas de la paz; trad. cit. capítulo VII “Los remedios”, apartado 2 `Arreglo de las deudas entre aliados’.
Aunque los peores augurios de Keynes se cumplieran también fueron llevadas a la práctica buena parte de sus remedios, pero no fue tras la Primera Guerra Mundial sino tras la Segunda. En las reuniones de Bretton Woods, en las que el propio economista europeo participó como representante de los intereses ingleses, se diseñó la economía de postguerra no solo para Europa y América sino para todo el mundo capitalista. A pesar de unas primeras reticencias el Plan Marshall acabo imponiéndose generando un enorme flujo de capital hacia los países afectados por la destrucción bélica, a cambio de clientelismo político, presencia militar norteamericana en sus suelos y dependencia económica. La ayuda para la reconstrucción de Europa no fue gratis, en buena medida seguimos atados por la “generosidad” americana, no obstante, al menos hasta la Guerra de Vietnam, el sistema keynesiano permitió un evidente despliegue económico y un beneficio mutuo entre países que poco antes habían sido enemigos. Sin duda, la magnanimidad norteamericana tuvo el acicate que suponía la amenaza del comunismo en sociedades devastadas.
A día de hoy, ¿es factible retomar el proyecto keynesiano? África, Oriente Medio y otros países de Asia y América sufren una penuria económica similar a la que sufríamos los europeos en tiempos de la posguerra. Si fue posible levantar Europa, ¿no es posible un desarrollo económico sostenible en estos países? La pobreza material conduce a la desesperación y es semilla de inestabilidad y conflictos sociales. Occidente protege su abundancia enrocándose en murallas pero no hay murallas que puedan frenar a quienes no tienen nada que perder. La guerra y sus consecuencias llaman a nuestras puertas y aún permanecemos sordos ante el oscuro porvenir que eso presagia no solo para nuestro desarrollo sino incluso para nuestras vidas. Flujos migratorios desordenados, terrorismo y conflictividad social son, en buena medida, consecuencias de un mundo en donde millones de jóvenes no tienen futuro ni nada que perder; esta desigualdad es creada por un pensamiento económico que antepone la hegemonía de hoy a un mañana posible y constructivo para todos.
No entiendo por qué el flujo de riqueza que se obtiene importando armas a países pauperizados no pudiera fluir, como ocurrió en la Europa de posguerra, importando servicios hospitalarios, educativos, construcción de infraestructuras, etc. Soy un ignorante en geoestrategia y economía y quizás por ello no pueda entender que lo que sugería Keynes, es decir cimentar una economía basada en la construcción de mercados comunes que cohesionen nuestras sociedades, es irrealizable en el mundo de hoy. En cualquier caso, mientras que como sociedades veamos normal que traficantes de armas sean ministros de defensa la propuesta de Keynes será, en efecto, irrealizable y continuaremos habitando en un mundo tan deshumanizado como este.
Aunque Las consecuencias económicas de la paz se centra en la situación europea, el mundo que se describe en ese libro ya no es el nuestro. Europa y América no son los centros del mundo y poco a poco pierden su preponderancia ante la vista de todos. La crisis en la que llevamos casi una década inmersos es un síntoma de ese declive que cada vez resulta más evidente. Tras vivir en clanes y tribus, las sociedades humanas pasaron a agruparse en aldeas; después de ellas aprendieron a vivir en pequeñas y grandes ciudades. De la polis griega se pasó a organizaciones políticas más amplias que hoy llamaríamos “naciones”; desde el siglo XIX a la actualidad una extensión nada desdeñable del globo ha sido ocupada por “naciones continentales” como Rusia, China, EE.UU. … No me cabe duda de que si el desastre no nos aniquila el futuro de la Humanidad nos llevará inexorablemente a una convivencia política global. Un mundo en donde el asesinato de civiles, la pasada semana en Francia, nos duela tanto como los crímenes contra inocentes que se cometen a cada momento en Palestina, Siria o África. Que la transición a esa sociedad se haga a través de la sangre, la espada y el fuego, como ha ocurrido hasta ahora, o con el establecimiento de alianzas y formas de crecimiento mutuo es algo que dependerá de las generaciones que nazcan en este siglo. Me gustaría pensar que Europa aún tiene ocasión de jugar en ese futuro un papel más digno y decisivo del que a día de hoy está desempeñando.