No Logo: Sin Trabajo
0En Sin Trabajo, tercera parte del libro No Logo: el poder de las marcas” de Naomi Klein, se analiza el impacto que tuvo la “globalización” de la producción de los años ochenta sobre el tejido laboral de EE.UU. y de occidente, por extensión. A finales del siglo XX algunas importantes empresas decidieron trasladar su producción de los países industrializados en donde estaban asentadas a países en vías de desarrollo. Esta deslocalización de las industrias tenía como objetivo abaratar el producto final y elevar los beneficios empresariales; sin embargo, en contra de lo que suele creerse, la deslocalización no fue implementada por las empresas porque hubiesen entrado en pérdidas o porque no pudiesen competir, fue por una razón más simple, la codicia:
“El enorme gasto en marketing de la década de los 1990, las fusiones de empresas y las extensiones de marca se han aunado con una resistencia nunca vista a invertir en instalaciones de producción y trabajo. Empresas que tradicionalmente se daban por satisfechas con un aumento del 100% entre el coste de la producción en fábrica y el precio minorista escarban el planeta para encontrar fábricas capaces de manufacturar productos tan baratos que ese aumento se acerque al 400%. Y como señala un informe de la ONU de 1997, los costes laborales consumen un porcentaje cada vez menor de los presupuestos corporativos.”
KLEIN; Op.cit.; p. 285.
Las consecuencias de esta política empresarial eran evidentes: los trabajadores de estas empresas perdían sus trabajos que eran realizados por obreros semi esclavos en otros países del mundo. Los trabajadores de los pocos centros de producción que quedaron en occidente sufrieron el chantaje y la amenaza de que si no reducían sus salarios las industrias serían desmanteladas y montadas en otros lugares con sistemas laborales menos garantistas con los obreros. La globalización no solo exportó esclavitud a los pueblos menos industrializados, sino que importó los sistemas laborales de esos mismos países al occidente opulento.
Efectivamente, antes de la globalización de la producción, el trabajador occidental consideraba que si hacía bien su trabajo, la empresa no le despediría. La relación obrero-empresa se parecía más a un matrimonio para toda la vida que a una aventura casual; sin embargo, el chantaje de desmantelar fábricas para llevarlas a otros países menos desarrollados, surtió efecto y los obreros admitieron la conocida “flexibilidad laboral” para mantener sus puestos. Hoy la relación entre el trabajador y la empresa dista mucho de ser aquella que idealmente fue promovida por los medios de masa a mediados del siglo pasado; los derechos laborales se “flexibilizan” así como los periodos de trabajo condicionados por las necesidades de producción, no por las necesidades de las personas que integran el proceso productivo. Actualmente, la eventualidad y temporalidad son los rasgos más sobresalientes de nuestro sistema laboral, esto hace que el trabajador cobre un sueldo mísero que apenas le alcanza para pagar la hipoteca y mantenerse a sí mismo o a su familia. El trabajo temporal de verano en un almacén, en el campo o en un establecimiento de comida rápida, antes era desempeñado por jóvenes y adolescentes que necesitaban un dinero extra para costearse sus gastos y estudios; hoy este precario “McJob” es el modelo de relación laboral que hemos llegado a considerar normal para el grueso de la clase trabajadora.
Ahora bien, si los trabajadores están asfixiados por las hipotecas y utilizan la mayor parte de su sueldo en sobrevivir, ¿quién consumirá los productos procesados en países lejanos por mano de obra esclava? En occidente, como en el resto del mundo, la flexibilidad laboral aumenta los beneficios de las empresas importadoras gracias al abaratamiento de la mano de obra, disminuye el poder de compra de los trabajadores deteriorando el comercio interno y degrada moralmente las relaciones internacionales. Los ricos aumentan sus riquezas y afianzan sus alianzas globales mientras que los trabajadores son cada vez más pobres y se enfrentan entre ellos para ver quién humilla más sus propios derechos laborales y atraer, así, las “inversiones internacionales”.
La solución no puede pasar, sencillamente, por subir los sueldos para fomentar el consumo interno. Los recursos naturales son cada vez más escasos y caros; el impacto que el consumismo y desarrollismo capitalista han tenido sobre la naturaleza pone en peligro nuestra propia supervivencia como especie. Por tanto, el consumo de bienes manufacturados obsolescentes, como motor de la economía, deberá ser sustituido por el disfrute de bienes y servicios sociales en un entorno en donde la conciliación entre vida personal y laboral sea una realidad efectiva y prioridad básica de la legislación laboral.
Sin embargo, a los grandes lobbys transnacionales no les resulta grata ninguna propuesta que pase por repartir de una manera más equitativa los beneficios del trabajo. Los oligarcas persisten en un sistema que corrompe a las empresas y a la sociedad a la que pertenecen. Pues la relación laboral “flexible” que se impuso a finales del XX como normal, fomenta en los obreros, empresarios y consumidores comportamientos morales y productivos insostenibles. Naomi Klein muestra hasta que punto la falta de lealtad de las empresas con respecto a sus trabajadores lleva aparejada la deslealtad de los trabajadores hacia la empresa. El robo, el fraude y las falsas bajas son actitudes normales en contextos laborales en donde el trabajador es explotado. Las empresas carecen de cohesión interna y entre los mismos directivos se acepta la relación con la corporación como algo accidental, que se hace mientras se busca un mejor puesto en la competencia o en la misma entidad trepando sobre otros “compañeros”. El mejor trabajador no es el que mejor hace su trabajo o más cuida por el bien de su empresa; el mejor obrero es el más barato y sumiso. La producción y estructura interna de las empresas se debilitan cuando los directivos se preocupan únicamente en abaratar costes laborales y no en promocionar a los trabajadores según su productividad y su compromiso con la empresa. La deslealtad genera deslealtad, la irresponsabilidad, falta de compromiso; o como cita la autora del libro “Si pagas con cacahuetes, contratas monos” (KLEIN; Op. cit; p. 386). Los directivos de las corporaciones transnacionales, por codicia y falta de lealtad, sufren la “tragedia de los comunes”, y ponen en peligro la perpetuación del mismo sistema explotador que los mantiene.
Sin embargo, las consecuencias de la globalización se sienten tan duramente en las sociedades occidentales que una ola de indignación se va extendiendo y uniendo, contra un mismo enemigo, a los pueblos e individuos más dispersos del planeta. Es, precisamente, esa la virtud del modelo productivo global tan bien ejemplificado por las empresas transnacionales que aparecen tras las marcas más populares: sus abusos sobre los pueblos y el medio natural no se circunscriben a un país u otro, sino que nos afectan a todos. Esta rebeldía conjunta y global preludia un nuevo concepto de lucha y ciudadanía mundial.
Segunda parte de No Logo: Sin Opciones.
Cuarta parte de No Logo: Sin Logo.