Sobre la imperfección de toda democracia
3En el imaginario político tanto de Oriente como de Occidente se ha usado la idea de que el gobernante es algo así como un padre que cuida al pueblo como a sus hijos. La benevolencia del progenitor obliga a sus hijas a obedecer ya que las directrices que parten de él tienen como fin el propio bien de su descendencia. A pesar de la vigencia casi universal de esta imagen, que los poderosos no siempre actúan movidos por el interés del cuidado parental es un hecho manifiesto aquí y en toda nuestra historia; Rousseau en “El contrato social” atacaba esta idea diciendo que efectivamente los padres actuaban, la mayoría de las veces, por el bien del menor pero el gobernante ordena por el placer del mando y no tiene jamás ni siquiera similar afecto que el que un progenitor experimenta por sus descendientes: ¿qué padre organizaría carnicerías, también llamadas guerras, para que se matasen sus vástagos?
Aún así la metáfora soberano-padre es poderosa y creo que podemos reflexionar sobre ella. Demosla por cierta aunque sea como recurso discursivo. ¿Qué es lo que la madre benevolente desea para sus hijos? ¿Sumisión perpetua o que adquieran las facultades necesarias para ser autosuficientes? Ciertamente, si los que detentan el poder lo hacen con afán de mejorar la sociedad pondrán los medios para que los gobernados lleguen a ser capaces de autogobernarse y dejar de necesitar su tutela. Esa es precisamente, en idea, el fin del gobierno del pueblo: que la élite gobernante y los gobernados confluyan hasta confundirse, llegando el pueblo a gobernarse directamente a sí mismo sin intermediarios. En esencia, este es el significado estricto del término democracia, plenamente coincidente con el sentido etimológico de la propia palabra. Por el contrario, los proclamados sistemas democráticos en el mundo actual proponen medidas económicas, leyes migratorias, promesas irrealizables, etc. pero son escasas las propuestas de profundizar en la democratización para construir sociedades más participativas. La democracia se presenta ante nosotros como algo ya dado y no como un proyecto que debe ser realizado; esto muestra la falta de fundamento ideológico de nuestros actuales sistemas políticos ya que, sean llamados democráticos o de cualquier otra manera, sus objetivos son los mismos: mejoramiento material en la organización y producción sistemática, olvidando cualquier proyecto de perfeccionamiento político.
¿Pero es posible realizar el ideal democrático? ¿Realmente puede la masa autogobernarse? Una observación desprejuiciada de la historia y de nuestra actualidad política más inmediata probablemente nos incline a una respuesta negativa. Desde los mismos orígenes de la democracia en Grecia, muchos autores dudaron de la capacidad de los más para gobernarse a sí mismos. La experiencia recurrente de demagogos que seducían al pueblo en asambleas para llevarlos al desastre se repetía con bastante frecuencia en las polis helenas. La masa es fácilmente engañada con mensajes simplistas, tergiversaciones o creando un estado de opinión determinado repitiendo idéntico mensaje con diferentes medios. Aunque lo lógico es pensar que la masa opte por su propio bien, la historia de la humanidad está lleva de ejemplos en donde optó por su destrucción o por la destrucción de naciones vecinas. A día de hoy no parece que se hayan hecho muchos progresos desde los tiempos de Cleón a este respecto.
Si desapareciesen las estructuras que oprimen nuestra soberanía, no creo que durásemos mucho en un sistema de autogobierno sino que pronto devendría otro orden represor de parecido cuño al actual. En las pocas ocasiones que la masa tiene para expresarse lanza mensajes que no favorecen el optimismo sobre su capacidad para el autogobierno; un ejemplo paradigmático y actual es el auge del fascismo en Europa que parece que volverá a tomar el poder con la fuerza de los votos ¿algo nuevo bajo el Sol? No obstante, se me ocurren dos razones por las que tener esperanza de que, si no hoy, en un futuro no muy lejano progresivamente podremos asumir en plenitud la soberanía. En primer lugar, los ejemplos que muestran la sabiduría del pueblo en la toma de decisiones son, al menos, tan abundantes como los que muestran su necedad cuando no más numerosos. Solemos señalar los errores de la masa sin percatarnos de sus méritos y olvidando, también, que los reyes, presidentes electos y sultanes cometen y han cometidos errores catastróficos cuando han ejercido el gobierno. Somos muy críticos con los errores de la democracia y los achacamos a la estupidez inveterada del pueblo y a su incapacidad para el autogobierno pero cuando observamos esos errores o algunos más graves en la tiranía no juzgamos los sistemas antidemocráticos como malos per se ni concluimos, filosóficamente, que los tiranos tampoco tienen la capacidad de dirigir a la masa.
En segundo lugar el ser humano no es algo terminado sino algo que se construye. Desde la Ilustración se ha venido fomentando, primero en Occidente y después en el resto del planeta, la educación de las masas. Aún cuando los avances no han sido muchos no podemos negar que hayan existido. Mujeres, campesinos, proletariado urbano… no hace mucho amplias capas de la población eran consideradas incapaces por su propia naturaleza para el desempeño intelectual. Cuando estos grupos accedieron a la formación se han mostrado tan capaces o más para el pensamiento y la cultura como la de aquellos grupos que otrora monopolizaban el acceso a la educación. Si en algo más de dos siglos ha sido posible instruir a millones de individuos y elevar en algo su intelecto y sensibilidad ¿qué podría lograrse si la sociedad tuviese sus miras puestas en construir el nuevo mañana sobre las bases de una formación humana integral? Si ese fuera nuestro sueño en apenas una o dos generaciones crearíamos personas autónomas, sensibilizadas y con plena capacidad para construir una sociedad autogobernada. En este sentido me atrevería a decir que el asiento de toda democracia es su fe en la perfectibilidad del ser humano a través de la educación. El desprecio a la formación ciudadana y el embrutecimiento mental al que está sometida la mayoría merced a los medios de propaganda del dinero son síntomas de cómo nuestro actual sistema social dista mucho de ser democrático ni en la forma ni en los fines que persigue.
En tiempos de relativismo decadente puede que los últimos párrafos hayan sonado en exceso dogmáticos. Nada más lejos de la verdadera democracia que la imposición de un utopismo totalitario. Es un lugar común citar a Karl Popper cuando constataba que la diferencia de una sociedad libre y un estado totalitario era la pretensión de ahistoricidad del segundo. Con ello quería decir que el estado total era un sistema rígido y cerrado ya que asume que la verdad dimana de arriba hacia abajo, de las élites gobernantes al pueblo gobernado, por tanto esa élite autorreferencial dirige según unas doctrinas que les son conocidas o reveladas. La utopía final, la mejor sociedad posible es planificada y no debe cambiar pues al ser el sumo bien todo cambio es una degeneración. Por contra la sociedad abierta, es decir democrática, considera la verdad fruto de un consenso establecido en el curso de la historia y, por tanto, es favorable al cambio y a la evolución. Me gusta esta idea porque llevada a sus últimas consecuencias muestra que la verdadera democracia será aquella que no se tenga nunca por terminada sino que siempre está dispuesta a profundizarse y mejorar. Esta es una imperfección esencial del verdadero sistema de autogobierno: la autocrítica y la desconfianza a que las instituciones imperantes son las mejores posibles. A día de hoy, de nuevo, lo que se denomina democracia es un mero remedo de esto: aceptamos la verdad y la superioridad de nuestro sistema político sin que haya un atisbo de debate en profundidad sobre la cuestión. Los políticos y los medios de masa en su gran mayoría defienden a capa y espada el statu quo y cualquier referéndum, cualquier modificación del sistema constitucional son percibidos como una amenaza a la estabilidad, nunca como posibilidad de progreso.
En conclusión, a diferencia de lo que hoy es considerado “estado democrático” una auténtica democracia busca mutar y transformarse profundizando en los modos como el pueblo interviene en la soberanía hasta llegar al autogobierno y aún más allá. La democracia es imperfecta porque se autoconsidera un proyecto siempre inacabado que experimenta, imagina y crea nuevas formas de empoderamiento cívico. La verdadera democracia, por último, tiene como cimiento más firme la educación del pueblo y el favorecimiento de la divergencia ya que asume que en la pluralidad de voces se manifiesta la verdad.
bien dicen que la democracia es un opio ,vicio de un fardo elitista ,corructos y con titulos pagados ,llenos de ignorancia ,sin conocimiento elemental de lo mas sublime ,la sabiduria….
La democracia es un acto de vida que tiene, que estar presente en todas la cosa, en lo económico, político, social; no algo es de élite ilustrada por lo divino
Es facinante como la lectura hace que puedas ver la democracia de una manera diferente y como profundiza sobre como funciona la democracia ademas de que explica de una forma excelente con una metafora ( la metafora de la relacion de padre- hijo comparado con la de gobernador- gobernado),como la democracia no es algo que ya este hecho si no que la verdadera democracia esta en constante evolucion y mejoramiento para los ciudadanos los cuales con lo simientos adecuados y la educacion suficiente pueden autogobernarse el cual es otro concepto interesante del cual profundiza. De estos dos conceptos , democracia y autogobernancia saque la conclucion de que no hay un solo tipo de gobierno que sea bueno por si solo ya que todo gobierno mal implementado es perjudicial para los gobernados principalmente.