Derogación de la LOMCE ¿y ahora qué?
1La LOMCE, como la reforma del aborto de Gallardón o la “ley mordaza”, no fueron más que ruido mediático generado por el anterior gobierno para tapar los recortes sociales y la corrupción de los que era y sigue siendo responsable. Por ello no he dedicado mucha energía mental a cuestionar leyes que tenían como fin distraer las fuerzas y desplazar el debate de la lucha social. La derogación o no aplicación de tales normativas muestra a las claras que no fueron más que torpes subterfugios de los trileros que tenemos por amos. El cinismo y desvergüenza de estos señores no tiene parangón; sin duda, que se use la educación de la juventud y los derechos cívicos para distraer la atención de la ciudadanía muestra a las claras las luces y catadura moral de estos “nuestros gobernantes”.
El lector puede acusarme de lanzar acusaciones infundadas, pero que la LOMCE no tenía apoyo político ni pedagógico alguno y que, por tanto, sería barrida en la siguiente legislatura era algo tan obvio que no podía pasar por alto ni tan siquiera a ese espíritu contemplativo y voraz lector del Marca que tenemos, de nuevo, como presidente. Aún cuando condescendiéramos en pensar que, ciertamente, nuestros representantes ignoraban la corta vida de tendría la LOMCE, no podemos eximirlos de la irresponsabilidad que conlleva plantear una nueva ley educativa sin consenso ni diálogo público. Por todo lo anterior, la derogación de la LOMCE no me parece un hecho esperanzador en sí toda vez que como interlocutores en el nuevo pacto educativo intervendrán aquellos que aprobaron una ley en la que ni ellos mismos creían.
La LOMCE nació muerta, nada nuevo trae su abandono, no obstante dos hechos permiten abrigar tenues esperanzas de que en la cuestión educativa pueden materializarse acontecimientos positivos en este ámbito tan fundamental para el progreso de una sociedad. En primer lugar, la fragmentación parlamentaria abre la posibilidad de que en la pluralidad de voces surja la voluntad de hacer verdadera política y construir algo mejor para el mañana a través del consenso. En segundo término, la anterior ley era tan nefasta y el anterior ministro de educación tan wert que difícilmente los actuales responsables y la nueva política educativa puedan empeorar la situación.
El problema es que la educación no es una cuestión de tal o cual ley. Con la LOMCE nos ha pasado y nos pasará probablemente cuando salte a la arena pública el debate sobre la enésima reforma educativa: hemos debatidos sobre bagatelas pero no sobre lo más importante que quedaba precisamente al margen de lo que aquella normativa ordenaba. Que si esta asignatura desaparece, que si la reválida o que si esto o aquello… detalles insignificantes que dejan el verdadero meollo del asunto sin tratar, sin rozar siquiera.
El año pasado por estas fechas José Antonio Marina publicó “Libro Blanco sobre la Profesión Docente y el entorno escolar” a solicitud del Ministerio de Educación; aunque creo que el libro en sí no aporta las soluciones ni llega a la radicalidad de la cuestión educativa, sí es cierto que al menos es capaz de señalar con el dedo los problemas. La cuestión efectivamente crucial de la formación del profesorado es, por fin, planteada sin concesiones ni ambages corporativistas; “¿están suficientemente preparados y motivados los docentes españoles?” es ejemplo clarividente del tipo de pregunta que debemos hacernos si queremos que el próximo “pacto social por la educación” se quede en algo más que en una serie de buenas intenciones.
Por eso, la carga lectiva o las asignaturas que se cursan o dejen de cursar, siendo un tema importante no es en sí mismo fundamental. Las preguntas fundamentales son las que más fácilmente nos pasan desapercibido ya que las consideramos contestadas: ¿qué significa educar? ¿qué significa que la educación debe garantizar la igualdad de oportunidades? o ¿en qué proporción la escuela pública debe formar personas o trabajadores? son las típicas preguntas que quedan sin plantear haciendo hueros todos los esfuerzos por implementar en el sistema una educación que permita, realmente, nuestro progreso. Como ejemplo y para ir a lo concreto, daríamos un paso de gigantes si los miembros de la comisión parlamentaria encargada de facilitar el pacto educativo fueran capaces de alternar una sobremesa y debatir sobre cuáles fueron los maestros que les inspiraron cuando iban a la escuela, qué cualidades tenían y cómo creen que es posible hacer que los maestros de la escuela se acerquen o se asemejen a tal modelo profesional. La educación es ante todo una relación humana, hecho en el que no solemos detenernos a reflexionar por su misma obviedad.
En conclusión, me gustaría pensar que la clase política es capaz de plantar cara a la cuestión educativa asumiendo la enorme responsabilidad que le toca, abandonando los sectarismo y alumbrando algo de esperanza en unos tiempos tan inciertos como los que vivimos.
no soy un experto en el tema pero al leer esto me dieron ganas de opinar, el problema es que como dije antes, no soy experto en el tema.