Televisión: censura invisible y degradación del discurso (Pierre Bourdieu)
1Para evitar que se diga lo que debe ser dicho el poder utiliza métodos más sofisticados que prohibir la expresión de la disidencia. La televisión, como instrumento para el control del pensamiento, no precisa de censores ni códigos de ideas prohibidas sino que le basta con su propia lógica interna para que la divergencia no pueda ser expresada. Por ejemplo, la limitación del tiempo, la premura, que se entiende como fundamental en el medio televisivo, impiden la articulación de un discurso con sentido. La rapidez impone un pensamiento basado en eslóganes o razonamientos simplistas no una argumentación fundamentada. En el telediario, en las entrevistas, los políticos deben responder a las preguntas en un tiempo determinado, saben que no tendrán la atención del espectador más que durante esos breves instantes; en ese corto espacio no hay lugar para la explicación, solo para la consigna o el ataque al adversario político. Bajo la premisa de la rapidez o la amenaza de la interrupción publicitaria, el discurso queda fracturado y el pensamiento verdaderamente racional es imposible. La premura del medio televisivo impone en los debates o en los programas de “análisis” la figura del fast thinker, un opinólogo especialmente hábil en la respuesta rápida, los tópicos emotivos y la demagogia simplificadora.
“existe un vínculo entre el pensamiento y el tiempo. Y uno de los mayores problemas que plantea la televisión es el de las relaciones entre el pensamiento y la velocidad. ¿Se puede pensar atenazado por la velocidad?”
Pierre Bourdieu; Sobre la televisión; “La urgencia y el fast thinking” traducción de Thomas Kauf para la editorial Anagrama.
Bourdieu constata que los medios son propiedad de grandes compañías transnacionales que tienen sus particulares intereses en propagar la ideología dominante. Pero insiste en que el control que sobre los medios ejerce el poder económico y político no es tan preponderante como cabría imaginar. Por lo general, no es necesario hacer llamada alguna para que ciertas informaciones u opiniones sean censuradas; por ejemplo, la precariedad laboral del periodista con un ejercito de becarios a las espaldas dispuesto a hacer su trabajo por la mitad del salario, imponen una actitud prudente, obediente al sistema de opinión creado y conformista. Consciente o inconscientemente periodistas, redactores, colaboradores e invitados en los platós adoptan una cierta autocensura sin que nadie tenga que efectuar llamadas al orden.
Otros de los mecanismos más típicos de la censura televisiva es convertir en relevante sucesos que no lo son. El sociólogo francés observa la importancia que en la televisión han adquiridos las noticias de sucesos o deportivas. De nuevo esta preeminencia de lo banal no es fruto de una planificación malévola, la televisión, se nos dice insistentemente, solo muestra lo que a la gente le interesa; el problema es que mientras en nuestras pantallas se representa la última violación mediática, el último tornado en Norteamérica o las últimas declaraciones de un futbolista famoso, otras muchas cosas quedan sin decir:
“si se emplean unos minutos tan valiosos para decir cosas tan fútiles, tiene que ser porque esas cosas tan fútiles son en realidad muy importantes, en la medida en que ocultan cosas valiosas. Insisto sobre este particular porque, como es bien sabido, hay un sector muy importante de la población que no lee ningún periódico, que está atado de pies y manos a la televisión como fuente única de informaciones. La televisión posee una especie de monopolio de hecho sobre la formación de las mentes de esa parte nada desdeñable de la población. Pero al privilegiar los sucesos y llenar ese tiempo tan escaso de vacuidad, de nada o casi nada, se dejan de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos.”
Pierre Bourdieu; Sobre la televisión; “Una censura invisible” traducción de Thomas Kauf para la editorial Anagrama.
La importancia que en televisión tiene la información insustancial viene dada por la competencia de los índices de audiencias. En este punto Bourdieu lamenta la ironía de una competencia que no ha llevado a la diversidad sino a la uniformidad. En tanto que compiten por un público generalista, las cadenas de televisión buscan aquellas noticias que atraigan la atención de “todos”. La noticia sensacionalista que emite una cadena debe ser emitida también por otra; un programa de sucesos especialmente bien acogido es copiado por la competencia. La vulgarización de la información y la competencia que las cadenas mantienen por captar la atención del mayor número de espectadores lleva a que se trate en nuestras pantallas de las emociones o instintos más primarios, más “generales”. La información demasiado intelectual puede no ser captada por un sector significativo del público; el verdadero debate y contraste de ideas puede molestar o escandalizar al espectador medio. Por tanto, tales contenidos son sustituidos por informaciones e imágenes que hablen a nuestros impulsos primitivos o no informen de nada relevante que pueda incomodar al televidente normal.
Los análisis críticos como el de Bourdieu son necesarios y poseen un valor objetivo, sin embargo, es inevitable la sensación de que la televisión no es solo un medio para la creación y el control de la opinión sino también un reflejo de la sociedad de nuestros días. El espejo puede estar deformado pero incluso así el embrutecimiento que se plasma en él no es solo construcción sino también manifestación de sociedades embrutecidas. A mi juicio, el papel de la televisión en la construcción de las sociedades de masas desde mediados del XX a la actualidad es insoslayable; no obstante, muchos de los valores pregonados por tal medio de propaganda estaban vigentes, al menos en germen, antes de la invención de este aparato (cfr. Ortega y Gasset; La rebelión de las masas).
Cierto es que la televisión tiene peculiaridades con respecto a otros sistemas de propagación de ideas; por ejemplo, el uso de la imagen y el sonido frente a la letra escrita de los periódicos supuso un impulso relevante para la importancia que ha llegado a adquirir el medio audiovisual. La lectura requiere una atención y esfuerzo que el mando de la tele no precisa pero ¿influye de igual modo una información vista en la pantalla que otra leída o escuchada en una conversación directa? La comodidad e inmediatez de la imagen televisada tiene sus puntos fuertes pero también sus debilidades; el espectador medio parece no creerse del todo lo que se representa en su pantalla y aunque a un nivel profundo se cree más de lo que imagina, sin duda tal escepticismo ante la imagen proyectada puede ser una poderosa palanca para despertar su discernimiento.
Huelga decir que la pequeña pantalla tiene también emisiones valiosas, de hecho el libro de Pierre Bourdieu que se comenta hoy fue emitido por el canal Paris Première en mayo de 1996. En definitiva, la televisión es un medio de comunicación como otro cualquiera, el problema es cuando se absolutiza su valor y se convierte en el único medio para informarnos. Por ejemplo, los sistemas de mensajería instantánea, tipo WhatsApp, pueden tener valor como instrumento para facilitar la comunicación y la interacción directa; si uno sustituye la relación social directa y real por pasarse todo el día pegado al móvil enviando mensajitos abusa de este medio en detrimento de la vida real; del mismo modo, si sabemos seleccionar la información transmitida por la tele para compaginarla y contrastarla con otros medios de información periodísticos, la televisión puede ayudarnos a comprender y aprender del mundo que nos rodea… o, mejor aún, animarnos a apagarla durante un largo rato.
Hola, me parece interesante el tema. No creo que eso sea únicamente para la televisión; los periódicos caen en la premura del discurso, ¿Es posible en un medio escrito? Para mí lo es, se tiene en cuenta que las personas evitan leer, o que muchas letras lo aburren, uno debe ser lo más breve posible al redactar. Ni tiene que pensar.
Y de la censura, ni se diga, la autocensura es lo peor que tiene que pasar un reportero.